Perdona que insista, pero  respecto a la creencia de que sólo los cristianos o creyentes se salvan, ¿no  fue el mismo Jesús el que dio pie a creer en que los que se salvarán son sus  seguidores al decir: “el que crea en mí gozará de vida eterna”? 
Jesús no pudo decir nada con ese  significado. Lo que él hizo fue dar la clave para que cada uno active su cambio  espiritual y que adquiera conciencia de que la vida es eterna y de que cada uno  es artífice de su propio destino. Traducido al lenguaje actual vendría a ser  algo así: “El que crea en lo que digo, en el mensaje que traigo, será  consciente de que su vida es eterna y de que su “salvación” (o evolución)  depende de sí mismo, que es dueño de su propio destino”. 
¿Entonces de dónde procede la  creencia de que sólo los que creen en Cristo gozarán de vida eterna? 
De una mala interpretación de lo  que él dijo y de las manipulaciones de la iglesia, que además añadió “fuera de  la Iglesia no hay salvación”. La creencia de que sólo los cristianos, en este  caso particular, o los creyentes en determinada iglesia, en general, se salvan  es una más de las ideas que provienen de los propios jerarcas de las iglesias,  y es un reclamo más que se utiliza para asegurar la fidelidad de los creyentes.  ¿Quieres más datos? Este axioma, el de “fuera de la Iglesia no hay salvación",  en latín “extra Ecclesiam nulla salus”, lo enunció San Cipriano (Epist. 73, 21:  PL 1.123 AB), en el IV concilio de Letrán, celebrado en los años 1215-1216, es  decir, más de mil años después del paso de Jesús por la Tierra. 
Pues me consta que muchos creyentes  católicos están convencidos de que es así. Es decir, que sólo los que creen en  Cristo gozarán de vida eterna, y que para ser un buen cristiano y salvarte has  de seguir las normas de la Iglesia. 
Mirad, la Iglesia Católica y muchas  otras religiones os han hecho creer que ser bueno es lo mismo que ser sumiso.  Ser sumiso sobre todo con las normas de la Iglesia, para así poder manejar a  los fieles a su antojo. Pero bondad y sumisión son cosas totalmente distintas.  Alguien puede ser sumiso a unas normas, aparentemente bondadoso de cara a la  sociedad, pero estar totalmente entregado al egoísmo y ser un auténtico  “demonio” como persona. El propio Jesús puso en evidencia este tipo de  conductas cuando calificaba de “sepulcros blanqueados” a los fariseos, tan amantes  de las normas y rituales y tan poco del amor al prójimo. Y al contrario, hay  muchas buenas personas, honestas y poco amigas de la hipocresía, que son mal  vistas por los demás porque no se ajustan a las normas establecidas. Incluso  pueden ser considerados como gente peligrosa y despreciable, porque al ser  honestos y honrados ponen en evidencia a los que no lo son. Ahí tenéis el  ejemplo de Jesús. Jesús no fue sumiso con los mandatos de las autoridades de la  iglesia hebrea, sino que fue valiente y consecuente con sus convicciones  espirituales, sabiendo que la predicación pública de sus ideas le traería un  motón de problemas, y se enfrentó con aquellos que quisieron hacerle callar, no  con la fuerza de la violencia, sino con la  fuerza de la verdad y el amor. Pues así ha pasado con mucha gente. La historia  está repleta de casos de gente honesta y buena que, por no ser “sumisa” con los  que mandan, fue torturada hasta morir, devorada por los leones del circo  romano, o quemada en la hoguera por cargos de herejía o hechicería. Aun así,  considerad a estas personas afortunadas porque eran libres y amaron. Por el  daño que tuvieron que sufrir de sus hermanos menos evolucionados habrán  recibido su justa compensación. Es mucho más triste la situación de aquellos que  se torturan a sí mismos, aquellos que, sometidos a unas normas tan  esclavizantes, han reprimido su interior, su sensibilidad y viven una vida  inútil llena de amargura, y que en el colmo del delirio creen además que ese  sufrimiento estéril les hace ser más buenos, porque su religión así se lo ha  hecho creer. Pero en su interior envidian a los que son libres y realmente  felices. Algunos, por envidia, hacen todo lo posible por amargar la vida a los  demás, sobretodo jugando con el sentimiento de culpa, algo que tienen muy bien  aprendido, ya que es el método que la Iglesia ha empleado con ellos para  conseguir anular su voluntad. 
¿Qué  quieres decir con que juegan con el sentimiento de culpa? 
Pues  que intentan culpar a los demás de su propio malestar. 
¿Y  qué se puede hacer para ayudar a personas así? 
Primero  tiene la persona que reconocer que tiene este problema, es decir, que su  voluntad y sus sentimientos están prácticamente anulados por las creencias que  profesa. Esto en sí mismo ya sería un gran paso, porque generalmente estas  personas se creen mejores que los demás y no están dispuestos a escuchar a  alguien que no tenga unas credenciales dentro de su Iglesia. También, porque su  Iglesia les ha hecho creer que los que no siguen sus preceptos son “pecadores”,  es decir, malas compañías de las que no te puedes fiar. Luego hay que empezar a  trabajarse interiormente, empezando por tomar conciencia de qué cosas se hacen  porque se sienten sinceramente o se dejan de hacer porque, aunque se sienten,  están prohibidas por las normas, y qué cosas son hechas sin sentir y se hacen  porque uno se siente obligado por dichas normas. 
El  siguiente paso es empezar a ejercitar la propia voluntad, el libre albedrío, es  decir empezar a actuar conforme uno siente, aunque para ello tenga que  enfrentarse a las normas establecidas. 
¿He  de concluir de toda esta extensa exposición que todas las religiones son una  farsa y que no representan para nada la voluntad de Dios? 
Hombre,  hasta ese extremo, no. El problema de las religiones es que, aunque han  recogido algunos mensajes que sí son espiritualmente avanzados, piden al  creyente que asuma un conjunto de creencias y normas como un lote, por dogma,  sin razonamiento, con el argumento de que todo es “palabra de Dios". No  existe libertad de pensamiento, libertad para escoger lo que realmente a uno le  llega al alma, y para desechar lo que le resulta falso o irrelevante, ni para  elegir en qué quiere uno creer o no creer. Los mandatarios de las religiones  llevan utilizando durante mucho tiempo los mensajes espirituales elevados como  gancho para atraer a las personas que sí se identifican con la elevación del  mensaje, como el del amor al prójimo, pero que no lo hacen con el resto de  normas absurdas que se han ido añadiendo progresivamente y que obstaculizan el  avance espiritual. De esta manera, si la persona se deja llevar por la guía de  los supuestos “representantes de Dios” sin atreverse a cuestionar la supuesta  "palabra de Dios", por temor a la reprimenda de las autoridades eclesiásticas,  poco a poco va renunciando a su voluntad, para pasar a vivir bajo la voluntad  de unas normas escritas en libros muy antiguos, pero que quedan desfasadas para  explicar y dar una solución satisfactoria a las experiencias vividas por uno  mismo, de modo que se le pone al creyente un corsé tan apretado que le impide  manifestarse con libertad. Cuando uno renuncia a su voluntad, está dando un  paso hacia el fanatismo, porque queda a merced de la manipulación por parte de  aquellos que se han erigido en los intérpretes de la palabra de Dios. 
Hay verdades  mezcladas con falsedades prácticamente en todas las religiones, filosofías e  ideologías que existen. A cada uno le corresponde el trabajo de encontrar la  verdad, su verdad, tomando un poco de aquí y otro de allí, aquello que su  interior reconozca como verdadero y que le pueda servir para evolucionar.
Continuará...
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Autor: Vicent Guillem
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