Equivocadamente, entendemos el desapego como dureza de
corazón, indiferencia o insensibilidad, y eso no es así. El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y
no adicción.
La persona no apegada (emancipada) es capaz de controlar sus
temores al abandono, no considera que deba destruir la propia identidad en
nombre del amor, pero tampoco promociona el egoísmo y la deshonestidad.
Desapegarse no es salir corriendo a buscar un sustituto
afectivo, volverse un ser carente de toda ética o instigar la promiscuidad.
La palabra libertad nos asusta y por eso la censuramos.
Declararse afectivamente libre es promover afecto sin
opresión, es distanciarse en lo perjudicial y hacer contacto en la ternura.
El individuo que decide romper con la adicción a su pareja entiende
que desligarse psicológicamente no es fomentar la frialdad afectiva, porque la relación
interpersonal nos hace humanos
(los sujetos “apegados al desapego” no son libres, sino
esquizoides). No podemos vivir sin afecto, nadie puede hacerlo pero sí podemos
amar sin esclavizarnos.
Una cosa es defender el lazo afectivo y otra muy distinta
ahorcarse con él.
El desapego no es más que una elección que dice a gritos:
El amor es ausencia de miedo.
Walter Riso