Del Odio y el Rencor al Perdón parte 1/2

Del Odio y el Rencor al Perdón parte 1/2


"Cuando aprendemos a perdona nos elevamos por encima de quienes nos han ofendido y nuestro acto de perdón pone fin a la desavenencia"
Wayne Dyer


Las heridas profundas que sientes, nunca se cerrarán hasta que decidas perdonar; entonces, no depende de la herida, sino de ti. Si este libro tuviera un capítulo que versara sobre la autocuración o la autosanación, sería precisamente éste. Ya veremos por qué.

Hablar acerca del desafiante paso para ir del odio y el rencor hacia el perdón, podría ser tema de un libro entero -de hecho se han escrito varios así- y ésta no es, evidentemente, mi intención aquí. Incluso, quizás aborde el tema un tanto cuanto diferente a como algunos colegas lo vienen exponiendo comúnmente y aprovechando todo lo que hemos estudiado juntos y crecido a lo largo de este libro. Tan sólo mi desarrollo espiritual me ha invitado a reflexionar someramente contigo sobre este desafiante tema por el que todos hemos pasado algún día. Y digo desafiante porque en nuestra dimensión de humanos, cuando nos identificamos con el ego, es él quien se ha ofendido en más de una ocasión y entonces así lo sentimos como personal. Mientras decidas vivir en el lado oscuro, donde se desarrolla plenamente el ego, nunca podrás ver todo lo que crees que te han proferido como ofensas y maltrato, nunca ha sido en verdad algo malo; cuando pasas al lado de la luz alcanzas a ver perfectamente todo lo que te ha hecho necesario sucederte para que lograras llegar hasta determinado punto de tu evolución. Es parte del avance.

Detrás de toda ofensa con su desdicha, hay oculta una bendición con su progreso. Muchas veces las ofensas son relámpagos de luz para que logres alcanzar a reconocer de quién se trataba realmente con quien convivías; quizá no veías y se necesitó ese fulgor resplandeciente maquillado de ofensa para que te dieras cuenta de quién se trataba en verdad. Entonces, si es cuestión de súbita claridad, bienvenidas sean ese tipo de ofensas que nos permiten percatamos de la verdad y así poder seguir nuestro camino. Ya dependerá de ti el número de "flashazos" que necesites para ver. A veces tú mismo insistes en no querer ver y entonces las ofensas seguirán una y otra vez. Es como cuando entras a un cuarto oscuro y sientes miedo, pero al prender la luz, te das cuenta de que no hay nada, nada que temer, pero sólo te puedes dar cuenta si tú también tenías los ojos bien abiertos mientras tanto. 

El ego se ha acostumbrado tanto a sufrir por afirmar sin ninguna duda que se le maltrata cuando no lo merece, que se le olvida cuando no se le da el reconocimiento que cree adecuado, cuando se le dice algo que no esperaba escuchar, cuando se le trata en forma indigna -según él-, etc., que a miles de personas ya les gustó vivir así. Esto es una de las más grandes ironías que he visto en esta vida. La escritora, Caroline Myss, en su libro La Medicina de la Energía, expresa un término acuñado por ella misma llamado "Heridalogía", donde explica ampliamente cómo las personas se llegan a identificar tanto con sus propias heridas (su ego lastimado) que se empiezan a definir con ellas. Cada vez que ella les preguntaba a determinadas personas cómo se llamaban, antes de responder con su nombre se adelantaban presentándose con otra identidad, por ejemplo: " ... yo soy la divorciada, yo soy el alcohólico y drogadicto, yo soy la dejada, yo soy el enfermo, yo soy el despedido, yo soy el desempleado, yo soy la abandonada, yo soy la víctima del incesto, soy la golpeada, soy el que tiene que mantener a una familia de zánganos, yo soy el del problema que le dije aquel día", y mil etcéteras más. Yo mismo he constatado fehacientemente en mis conferencias y cursos que una abrumadora cantidad de personas gusta de presentarse así a ellas mismas, incluso antes de decir su nombre. Increíble, pero me consta. La herida ya la hicieron parte de sí mismos. El ego ya los absorbió.

Desde que noté esta costumbre en muchas personas me he convencido de que cuando nos definimos mediante nuestras heridas (nuestro ego lastimado), perdemos nuestra energía física y espiritual hasta correr el riesgo de enfermamos por lo mismo. Por otro lado sé perfectamente bien de las bondades y del valor terapéutico que conlleva expresar ciertos traumas, pero a lo que me refiero aquí es a la confusión de llevar esta sana catarsis a la necesidad y el derecho de manipular a otros con las heridas (el control del ego). Me he llevado la sorpresa de que hoy en día algunas personas lucen sus heridas más profundas como medallas de gran valor y distinción. Hasta ese punto puede llegar el ego.
Todo este apartado de esta serie de capítulos podría ser resumido en una línea: El que no perdona, sufre; el que perdona, vive en paz. Punto final.

Pero no, creo que vale la pena reflexionar más para comprender y aquilatar el bendito valor del perdón y la enorme dicha de tenerlo como opción, para que quizá, con suerte, mis palabras sincronicen con tu vida y te ayude a elegir esta opción si es que tu corazón la necesita. Hay ciertos conocimientos del desarrollo humano en la medicina y psicología actual tremendamente reveladores, como cuando el dolor se convierte en un factor indispensable para mantenerse unidos y necesitarse mutuamente, donde la curación constituye una amenaza para ese lazo. Personas que ya se acostumbraron a tomarse de la mano en el lado oscuro y no tienen ni la más mínima curiosidad de conocer la más hermosa unión que en verdad se sucede en el lado de la luz. Quizá por ello miles de personas no quieren dejar de sufrir porque creen que perderían a quien vela por ellos en pos de su cuidado. Si se resuelve un problema, de inmediato surge otro y así sucesivamente. Por ejemplo, las personas para quienes un grupo de apoyo se ha convertido en una parte importante de su vida social, desean naturalmente continuar formando parte del mismo indefinidamente. Ya no se trata de resolver el problema, sino de la angustia de separación. He visto así a decenas de pacientes que no quieren nunca dejar AA, Neuróticos Anónimos, Comedores Compulsivos Anónimos o cualquier grupo similar. Pero debido a que el criterio implícito para seguir siendo miembro del grupo es que se debe necesitar continuamente su apoyo, es preciso aceptar el mensaje no explícito que el grupo transmite: "No te cures". En otras terapias terapia a muchos de ellos se les he presentado otra opción, explicándoles el desgaste energético vital que permiten cuando permanecen indefinidamente en esos grupos. Muchos de ellos prefirieron dejar la opción que les presenté y continuar en sus grupos.

Para comprender las peligrosas implicaciones de vivir odiando y sintiendo rencor, me gustaría en primer lugar examinar la naturaleza de la energía que le da vida a nuestro ser aquí en la Tierra. Cada uno de nosotros posee miles de circuitos de energía conectados entre sí, de tal forma que varias culturas del mundo afirman reconocerlos como el aliento divino de vida que late en cada uno de nosotros. Lo que los indios llaman prana y los chinos chi o ki, los cristianos gracia o Espíritu Santo, los securalistasjuerza vital. Independientemente de la denominación, podemos pensar que esta energía penetra en nosotros desde el universo mismo, desde Dios o desde el Tao y, a medida que fluye a través de nosotros, nos proporciona la fuerza de vida que necesitamos para alimentar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras emociones, incluso para damos la fuerza de manejar y sabemos llevar con el mundo exterior. Todo en nuestra vida, todo, requiere de esa energía. Pero aunque esta energía se provee para todos, absolutamente todos -como cuando "Dios hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda lluvia sobre justos e injustos" (Mateo 5, 45)-, nos reservamos el poder de maximizar o minimizar nuestra cantidad de energía y el uso que hacemos de ella. Por ello quien vive en el odio y el rencor, bloquea con tremenda fuerza este flujo de energía demostrado desde hace miles de años en la antigüedad, y con frecuencia son personas que expresan "M siento morir de rabia". Y así es. Literalmente. Su chi, su fuerza vital, la disminuyen ellos mismos mediante sus pensamientos de odio y rencor. Enferman con suma facilidad por lo mismo. El seguir aferrado a los acontecimientos negativos de nuestro pasado resulta caro, prohibiiivamente caro. Sería como tratar de mantener vivos a los muertos exigiendo una tremenda cantidad de energía para ese absurdo.

La megatendencia actual es la búsqueda de soluciones mediante la medicina alternativa, y mucha gente que ve debilitada su energía la busca incrementar mediante el reiki, las flores de Bach, la aromaterapia, la acupuntura, el tai-chi, el yoga, la meditación, la oración, la cristaloterapia, la medicina de los Budas, y un sinfín de modas más. No estoy en desacuerdo con ninguna de estas opciones (de hecho no estoy en desacuerdo con nada), tan sólo quiero ser claro en mi postura: nada de esto sirve si no decides perdonar. Mucha gente cree que mediante estas disciplinas se ayudará a perdonar, pero yo creo que es al revés, una vez que perdones estas disciplinas podrán ayudarte. De lo contrario sería como tratar de llenar con todo tipo de líquidos un estanque que en el fondo siempre está derramándolos a través de una fuga autogenerada. Creo que la única forma de modificar ese esquema que muchas personas han adoptado de vivir en el odio y el rencor, es liberándonos de la carga del pasado, saldando una posible deuda energética que ya no podemos liquidar. El perdón es el único medio de conseguirlo.

El perdón no significa restarle importancia a lo ocurrido o decir que no importa lo que haya pasado. Significa libramos de un pensamiento debilitante y muy propio, acompañado de sentimientos negativos también muy propios que mantenemos sobre algún hecho o alguna persona que percibimos nos ofendió. El perdón es un poderoso fenómeno personal, es un poderoso bien administrado, mediante el perdón tú te haces un tremendo bien a ti mismo. Nada, pero nada, tiene que ver con la persona o con los hechos que nos ofendieron (a nuestro ego). Mediante el conocimiento espiritual es que esto se logra fácilmente. Pero para quien se mantiene con su identidad adosada al ego, este planteamiento incluso le resulta absurdo. ¿Cómo separar a la persona o sus actos de nuestros pensamientos y emociones? ¡Imposible! -diría el ego en todo momento-. Pero tu espíritu sabe que sí son perfectamente escindibles, y si tu espíritu lo sabe y lo puede, entonces tú también.

La energía divina no penetrará en ti si no estás dispuesto a perdonar y seguir adelante con tu vida. Punto. Por ello es tan importante liberarse! (¡del ego!). Y sólo en el perdón hay libertad. En mi caso personal te puedo jurar que nunca hubiera podido darme cuenta de todo lo que he escrito si no hubiera decidido en algún momento de mi camino perdonar totalmente. Por supuesto que no he olvidado algunas cosas, pero perdonadas están todas. Hasta hace algunos años afirmaba que perdonar es olvidar. Hoy sé que no necesariamente. Perdonar es dejar ir el dolor independientemente de recordar el acontecimiento o no. Sí se pueden ambas cosas. Vamos, si me permites jugar con las palabras, el recuerdo es la memoria de los hechos con su sed de aprendizaje para lograr avanzar a la luz, mientras que el rencor es la memoria de la ofensa con su sed de venganza para lograr retroceder a la oscuridad. Como ves, son cosas muy distintas.

Libérate. El perdón posee un valor extraordinario para ello, aunque liberarse del dolor, del odio y del rencor no es lo único de lo que uno se debe liberar; incluso para tu sorpresa (o la de tu ego), muchas veces hasta hay que aprender a liberarse de cosas placenteras. ¿Te explico? Fue placentero haber tenido 20 años de edad, y quizá todavía no has logrado liberarte del hecho de que ya no los tienes. Quizá no puedas liberarte del recuerdo de tu aspecto juvenil o de tus dotes físicas o de tu agilidad mental. Fue placentero quizá tener una gran casa y autos pero que por tus nuevas condiciones económicas te debes liberar de ellos o, de lo contrario, ellos te atraparán asfixiándote sin saber quién es dueño de quién. Fue útil y placentero tener varias tarjetas de crédito, pero puede llegar un momento en que por salud te conviene liberarte de ellas. Todo esto tan sólo por citarte algunos ejemplos. Si no logras la liberación, esta incapacidad es otra forma en que el ego nos hace malgastar energía en el pasado. Uno de los colaboradores que trabajaron conmigo en mi empresa, nunca quiso crecer más allá de los 21 años aproximadamente aunque llegaba cerca de los 40, y lo decía abiertamente y con orgullo: " ... yo me quedé en los veintes". Y sí, así fue siempre, con todo el egocentrismo de esa etapa y las nefastas consecuencias por la evasión de la realidad. Millones de cirugías plásticas son otra muestra de aferrarse al pasado y no poder desprenderse del mismo sin poder así llegar a su aquí y ahora, ese lugar donde uno se encuentra con Dios. Y miles de personas no lo saben. 

En mi consulta he podido ver con todo el rigor de la evidencia el sufrimiento de alguien cuando se le dijo en alguna incipiente etapa de su vida: “Tú nunca harás nada bueno”, “no sirves para nada”, o frases aún más fuertes que por prudencia no expreso aquí. Personas que en cuya infancia recibieron un brevísimo mensaje con duración menor a los tres segundos por parte de alguna figura importante para ellos, Y si alguien está dominado durante toda su vida por un evento que duró menos de tres segundos al no decidir perdonar y liberarse, ¿tú crees que una persona así sea capaz de crear su propia realidad mediante la fuerza de sus propios pensamientos positivos y lograr ser más espiritual? Yo no creo. Te quiero preguntar algo: ¿Cómo piensas distribuir tu pena, tu chi, tu ki, el Espíritu Santo dentro de ti? Pues tal como lo distribuyas así permanecerá en ti. Ya estás informado. Ahora espero que actúes en consecuencia. Te estoy invitando a una Nueva Conciencia literalmemte, te estoy invitando a un cambio radical pero sublime de ver la vida. No lo hagas poco a poco, decide dar el cambio totalmente ¡ya! Si en el fondo de tu corazón lo deseas fervientemente, te será tan fácil como chasquear los dedos. Un instante de decisión puede obrar un milagro. Si sólo deseas cambiar pero decides mantener un poco de tu antigua vida donde hay pequeños odios y rencores, eso sólo te generará dolor y frustración. Si hay algo frustrante es saber y al mismo tiempo no actuar.

Estoy seguro de que a estas alturas del tema ya detectas perfectamente a tu ego cuando te quiere tender sus trampas. Si recuerdas, desde los capítulos iniciales de nuestro libro te dije que el ego se ofende con facilidad, tanta, que hasta te enferma. La velocidad vibratoria de un cuerpo cuando su dueño no decide perdonar es muy lenta, y en esas frecuencias tan bajas es fácil enfermar y atraer incluso más desdichas en tu vida. Si decides perdonar, se sucede automáticamente un tipo de curación, de autosanación. Al perdonar, todas las células de tu cuerpo entran a un campo de energía de vibración mucho más alta y con ello las enfermedades desaparecen, en muchas ocasiones como por arte de magia. Esa sensación de liberación al perdonar no es tan sólo un fenómeno que se circunscribe al terreno emocional, no, va más allá y afecta directamente a tu físico revitalizándolo y teniendo un sistema inmunológico mucho más eficiente. El ego siempre te querrá convencer de que el odio y el rencor son lógicas consecuencias de lo que te hicieron y hasta existe cierto merecimiento en experimentarlos; incluso, para que "no te vuelvas a dejar". El ego, mediante esta trampa, te mantiene separado, te aísla, divide, forma bandos. Es hermosa la manera en que Shakespeare nos ilustra sobre esta terrible dinámica en su "Romeo y Julieta" con la imposibilidad de unir a los Capuleto y a los Montesco incluso por generaciones.

Tal vez por ello, San Francisco de Asís nos invita a pensar que si existe algún problema, algún odio o rencor, no se trata de otra cosa más que de la conciencia de separación que tenemos entre nosotros, hacia Dios. Nos sentimos separados de Él, de todo (visión de nuestro ego). Pero cuando decidimos hacer conciencia de nuestra total y continua fusión con Dios, con todo y todos (visión de nuestro espíritu), resulta simplemente imposible el daño, el odio o el rencor. Al hacer conciencia de que estamos constantemente unidos a esa energía superior que muchos ya identificamos como Dios, en esa dimensión se vibra tan alto que el perdón se sucede en automático. Se te caen las ofensas, se te desprenden los rencores como hojas otoñales. Hoy sé que esto que te digo es verdad. Y tan lo sé que te invito a vivido con plena conciencia de su existencia. Si alguien te dice que hay que hacer un gran esfuerzo para perdonar, tanto, que hasta resulta conveniente pedide a Dios su ayuda, no le creas. El verdadero éxito en la vida, libre de odio y rencor, se sucede sin el más mínimo esfuerzo. Simplemente se sucede al momento de darte cuenta. No hay esfuerzos. Mientras no te des cuenta de ello, vivirás con ciertos ... 

Continuará...

Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 294 Volumén 2: Del Odio y el Rencor al Perdón