Despierta tu niñ@ interior 1



Siempre he dicho que cuando nacemos somos como el disco de una computadora en blanco y que solamente cargamos nuestro sistema operativo que es el amor.

Si nos remontamos a la niñez y describimos esa maravillosa etapa -- en la cual establecemos las bases para toda nuestra vida -- recordaremos que éramos más ingenuos, teníamos mayor capacidad de asombro, solíamos ser emotivos, más flexibles, elásticos, juguetones, sinceros, sin preocupaciones, sin dramas ni complejos y optimistas; por lo general, no teníamos miedo a pedir nada, a preguntar, a expresarnos sin límites.

Cuando empezamos a crecer, como esponjas absorbemos cantidad de información establecida por la sociedad, la iglesia, la política, reglas, creencias y demás patrones de conducta, que lo único que hacen es limitarnos y alejarnos de toda aquella gloriosa felicidad.

De ese modo nos vamos desconectando realmente de nuestra esencia con ese niño o niña que llevamos todos internamente, y vamos adquiriendo una personalidad formada por todo lo que nos rodea. Y es que está comprobado que entre los 3 y los 5 años de edad, adquirimos todos los patrones de conducta que nos influencian, basando así nuestras experiencias posteriores, en lo que aceptamos como verdad desde aquel entonces.

Y aquí la carretera se divide en dos: porque de pronto nos toca un entorno muy favorable u otro que no colabora tanto en nuestro desarrollo. Porque, claro está, no es lo mismo recibir buenos comentarios de quienes nos rodean, los cuales nos empoderan en confianza hacia nosotros mismos, y nos hacen crecer dignamente, tales como: "eres talentoso", "eres brillante", "estamos orgullosos de tí", "eres un campeón/ campeona", "tú todo lo puedes", a que te digan -lo que es muy frecuente- "no hagas esto o lo otro", "eso no está bien", "así no te debes sentar", " te dije que no lo hicieras", "te lo advertí", " no comas más estás como cerdo", "eres el idiota de la familia", o hasta "por qué no eres una niña/o normal", típica frase de una serie de la televisión mexicana.

Somos bombardeados por dardos de negatividad que muchas veces inconscientemente nuestra familia, amigos y compañeros, repiten como robots programados y nos encadenan, nos marcan para toda una vida, y repercuten en nuestra etapa adulta, en lo personal, en lo profesional y en las relaciones interpersonales y de pareja.

La cosa es que lo que nos afecta en la etapa de la niñez, nos repercute toda la vida y si aprovechamos el contacto que podemos tener con nuestro niño interno, podemos sanar muchas situaciones, entender y avanzar con más seguridad y confianza por la vida.

En cantidad de terapias, técnicas y hasta en la psicología, revivir ciertos momento de la época de la infancia nos da claramente la respuesta a cantidad de patrones de conducta que establecemos en nuestra vida diaria de adultos. Desde por qué no logramos una pareja, un trabajo o una vida estable, hasta situaciones con los hijos, con quienes nos rodean y demás, que fácilmente al identificarlos pueden desaparecer y eliminar un peso de tu vida. Porque, de lo contrario, sería como cargar la bolsa del mercado con lo que compramos hace años, que entonces ya no sólo se trata de cuánto pesa, sino de lo podrido que está y de la manera que nos afecta.

Es inevitable: si quieres avanzar en tu camino, debes escuchar al niño o la niña que un día fuiste y que todavía, te aseguro, existe dentro de ti. Ese niño simpático, alegre, jovial, capaz de divertirse, pero que también en muchas ocasiones sufrió por algo que le hicieron, le dijeron; que no fue tan agradable y que marcó su vida, pero que a la vez, a través de los años, bloqueamos esos recuerdos.

Si escuchas lo que ese niño o niña tiene qué decir, desde el alma, créeme que tus ojos brillarán diferente. Si bien el pasado no lo podemos cambiar, ni cómo reaccionamos en aquel momento --haciendo lo mejor que podíamos--, sí podemos avanzar y reconocer, sanar sobre todo lo que nos afectó y seguir adelante.

Este tema es tan trascendental que hasta Hollywood le ha rendido tributo, y quizás cuando vimos la película "Un encuentro conmigo", protagonizada por Bruce Willis, no lo vimos con esta conciencia, pero te aseguro que si este artículo llega a tu corazón y vuelves a ver esa película, será con otros ojos.

En dicha trama Bruce Willis es un asesor de imagen que supuestamente camina por la vida de la mano del éxito pero de personalidad amargado y sobre todo arrogante, antipático, egocéntrico, en fin, que él tiene todo lo desagradable que una persona puede tener. El caso es que llega a su encuentro, él mismo, pero a los ocho años de edad, y, claro está, llega a hacerlo replantearse ciertas cuestiones existenciales. Se podría decir que el pequeño representa la consciencia molesta que viene a sacudirlo y ayudarle a enderezar su camino.

A través de la película, el personaje de Bruce Willis, va descubriendo múltiples situaciones. Por ejemplo, cómo la gordura de niño, le marcó tanto, que lo llevó en su etapa adulta, a dedicarse a corregir la imagen de otros y a esforzarse él mismo por mejorar su cuerpo. Cómo el hecho de haber perdido una pelea en la escuela, le etiquetó por los demás como un perdedor por años y de ahí se impulsó convertirse en un hombre de "éxito" en el sentido de acumular ganancias, bienes, y dejar que su tiempo y su vida fueran dominados por los negocios. Al punto que días antes de cumplir 40 años, se encuentra sin amigos, sin familia, habiendo dejado ir a la mujer de su vida, y que no tenía nada de valor real, más que el dinero, sin haber logrado todo lo que había soñado cuando niño para cuando fuera grande.

Llegó a entender cómo se despreciaba a él mismo cuando era niño, y cómo ni deseaba acordarse de quien había sido; supera el hecho de pensar y cargar en la conciencia que por un disgusto él creyó haber contribuido a la muerte de su madre, cuando en realidad ella ya padecía una enfermedad.

Es por eso que se hace tan importante no descuidar nuestro niño interno, porque es nuestra esencia y nos tiene las respuestas a muchas interrogantes que nadie te va a dar. Además, es muy importante que recuperar, y hasta comportarnos como niños en algunos momentos (no me refiero a ser caprichosos o hacer berrinches), sino a disfrutar plenamente, volver a reír, entusiasmarnos y dejar de pensar en las situaciones del trabajo, del dinero, del amor y todo lo que nos cansa de ser adultos, cuando podemos llevar una vida mejor de la mano de ese niño que se sorprendía de muchas cosas, que jugaba descalzo en la tierra, que no le temía a nada o casi nada, y cuya sonrisa era sincera y brotaba de su corazón.

Te recomiendo detenerte en algún momento y pensar en cómo puedes recuperar la frescura de la niñez. Si todavía ignoras las maneras en que fuiste avergonzado o usado por otras personas para desahogarse, debes aceptar que fuiste herido y sanar, perdonarles y ponerte en su lugar. Sin afán de justificar, sólo de entender y avanzar. La agresión que te haya marcado puede ser física, emocional y hasta sexual. Perdona a esas personas, ellos no fueron malos, sólo eran niños heridos también. No seas tú uno también con tus hijos, contigo mismo o los demás.

Haz un recuento de tu infancia, de cuáles son los aspectos que te molestan de los demás, y recuerda si pasaste por alguna circunstancia similar en tu niñez, identifica a quienes te hirieron o defendieron y cómo eso marcó tu vida. Deja atrás esas heridas, rompe patrones, quítate ese peso de encima, y avanza sin tanto resentimiento, odio, temor ó carga.

Establece contacto con tu niño interior a diario, aunque sea unos cinco minutos, y sobre todo hazlo socio de tus decisiones, recuerda que muchas veces no consideramos esa esencia y nos vamos por lo que la mente o razón nos dicen; que de pronto no es lo mejor porque nosotros mismos buscamos por ese medio engañarnos muchas veces.

Entre algunas cosas que hacen los niños que no debemos perder, es importante que pongas el corazón en lo que hagas, disfruta todo con pasión y energía; sé flexible y adaptable; deja tus prejuicios, el mundo se vive mejor sin tanta idea preconcebida; es indispensable que te diviertas, no pierdas la capacidad de asombrarte, no hay nada de malo en expresar ilusión, explora; comparte, así como lo hacías con tus juguetes.

Si te caes te levantas, lo que no mata fortalece; deja la vergüenza, que no sirve sino para bloquear. Exprésate, estés feliz o triste, déjalo salir, porque si te tragas tus emociones, estamos mal; siempre di lo que sientes o piensas, que impere la verdad. Recuerda que los límites los establece la mente; no dejes de aprender cosas nuevas; cuando quieras hacer algo no te importe lo que digan otros, atrévete y olvídate de los demás pero sobretodo disfruta de cada momento. Relájate cuando sea necesario, toma un descanso, no eres una máquina, recuerdas que de niño te encantaba descansar después de jugar como si tus pilas no se acabaran, pues haz lo mismo.

Sal por un helado, camina sobre la tierra con los pies descalzos por el parque, sal a mojarte un día de lluvia, búscale forma a las nubes, da un paseo en bicicleta, mira con otros ojos la vida, con los ojos de un niño: ¡maravíllate, impresiónate, agradece!

No te obsesiones con lo que viene en el futuro, utiliza lo que tu niño interno te puede aportar para mejorar, sanar y hacer mejor tu presente.

Y recuerda: sonríe, agradece y abraza tu vida.

Vídeo: http://youtu.be/8QYthu8G2fs

Fuente: Huffington Post