Déjalo Ir parte 1/2

Déjalo Ir parte 1/2


"El origen de todo sufrimiento son los apegos."
Anthony de Mello

La semana pasada estuve en la Ciudad de Guadalajara por razones de trabajo, llevaba yo la inquietud de buscar a un antiguo queridísimo amigo y compañero de la escuela profesional, quién recién terminada la carrera profesional se fue a radicar a esa ciudad. Deseaba que mi llamada fuera para él una "¡Gratísima sorpresa!", después de 20 años de no vernos.

Les comentaré que los 5 años que vivimos juntos la experiencia de compartir la escuela profesional, también fue una oportunidad de convivir y conocer a una extraordinaria persona, ciertamente él marcó mi vida de una manera trascendente porque con él conocí un mundo diferente al mío, que me permitió conocer otros enfoques de vida y pensamiento.

Con este amigo aprendí que existían Duran-Duran, Depeche Mode y muchos más, que me llegaron a encantar. Su pasión era el fútbol americano y me convenció de que jugáramos en el equipo de la escuela que participaba en la liga intermedia en México, hasta que después de una tacleada que casi me sacan en camilla del campo de juego, con la rodilla casi fuera de su lugar, decidí que esto no era para mí.

Siempre me ha atraído la gratísima experiencia de intercambiar información y así juntos crecer; de hecho, con mi mejor amigo de la escuela profesional siempre sucedió así. De él aprendí mucho de la vida; casi fue quien me sacó del cascarón. Me decía: "mira, te juro que hay muchas cosas interesantes allá afuera, más allá de tus estudios". Sé que también yo ayudé en algo a quitarle su propio cascarón, pero porque tenía fama de un huevo de oro y su promedio en muchas materias era de regular a malo. Recuerdo vívidamente nuestro primer encuentro, me pidió ayuda para que le explicara Quími­ca.

Así empezó una época mágica en nuestras vidas o por lo menos en la mía, la relación de dos extraordi­narios amigos que se complementaban fenomenalmente. La comunicación creció a pasos agigantados y nos hici­mos grandes amigos. La amistad creció a tan altos nive­les que empezaron a sucederse los desafíos de toda auténtica amistad: comprenderse y empatar, diferir y perdonar. Llegó un día que me comunico que planeaba mudarse a Guadalajara, simplemente se fue y nunca supe más de él.

20 años después busco en el directorio telefónico su apellido con el nerviosismo de un reencuentro y la ilusión por el reen­cuentro en ambos e imaginé un gratísimo reenlace de vidas y eureka lo encontré, le marco, me contesta una voz femenina peguntando por mi nombre y unos instantes después la voz de mi amigo. Le di un gratísimo saludo que sentí no tuvo el mismo eco del otro lado de la línea telefónica, pareciera que nos llamáramos diario, me pregunto ligeramente por mí, le pegunte por él, su familia, su ocupación actual y algunos comentarios que salieron al aire de estos 20 años, por su parte me pregunto por algunos compañeros de aquella época durante unos 15 minutos. En eso nos informan que es hora de cerrar la oficina por lo que tenemos que retirarnos, le comunico que debo terminar la llamada y que solo me quedan dos días más en Guadalajara, me contesto que cuando quisiera le telefoneara después de x hora a ese mismo número, nos despedimos y colgué el teléfono.

La emoción que me embargaba no encontró eco alguno. Mi reflexión: es una respuesta lógica y normal. Y es que los amigos, así hayan sido los mejo­res, pueden cambiar tanto con el tiempo, que luego de dos décadas de ausencia, es como si fueran unas personas totalmente nuevas al reencontrarse. La amistad no cumple con la ley de la inercia, no camina sola, hay que empujarla con frecuencia para que siga andando.

Las personas que llegan a tu vida aparecen para de­cirte algo, para ayudarte a descubrir algo, para darte una lección, pero una vez que esto ocurre, cuando has aprendido la lección y te gradúas en dicho aprendizaje, la persona que algo te debía enseñar debe partir. Las amista­des van cambiando, definitivamente. Si en la vida, real y auténticamente te interesa crecer y desarrollarte condición fundamental para la reflexión que te daré ahora, es necesario que aprendas esto: perder a los amigos es señal de que vamos por el buen camino; permanecer toda la vida con las mismas personas, ¡no es tan buena señal!

Pienso que el crecimiento espiritual de un ser humano conlleva momentos en que debemos aprender a "dejar ir", Y cuando dejas ir experimentas un momento de vacío, mismo que por definición luego llenarás, y así sucesivamente. Muchos aspirantes al desarrollo humano y crecimiento espiritual pasamos por afortunados momen­tos de vacío. Lo viejo ha dejado de atraemos y lo nuevo no se nos ha manifestado aún. Es una época en la que los amigos, actividades y pasatiempos ya no nos resultan atractivos, pero aún así no hay nada nuevo que los sus­tituya.

Desprendemos de alguien duele al principio, pero si en ello cultivamos la virtud de la paciencia, nos encontraremos con que ese desprendimiento era más que necesario para abrimos paso al siguiente nivel en nuestra evolución como personas. Si creces, vas dejando ir, de lo contrario, te atas.

En alguno de los libros que siempre están en mi buró, recuerdo haber leído una frase de este estado intermedio como un "pasillo entre dos habitaciones". Hemos dejado parte de nuestra historia personal atrás, en la otra habitación, para ir a una mejor, pero de momento nos podemos encontrar en el pasillo. Hoy sé que se trata de un proceso natural y necesario, de hecho es una buena señal. En el rascacielos llamado "Vida", estamos ascendiendo a otro piso y los amigos del piso anterior no quisieron subir contigo. Salir de la habitación para ir a otra o subir al siguiente piso, significa que hemos com­pletado una etapa de crecimiento y que estamos listos para algo nuevo y mejor. Así surgen los nuevos amigos, los de la habitación siguiente, los del piso de arriba.

Continuará...

Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capitulo 64 - Volumén 2