Magia en tú vida

Magia en tú vida


“El mago vive en estado de conocimiento.  Este conocimiento dirige su propia satisfacción.  El campo de la consciencia se organiza alrededor  de nuestras intenciones. El conocimiento y la  intención son fuerzas. Aquello que tenemos    intención de hacer modifica el campo a nuestro  favor. Las intenciones comprimidas en palabras  encierran un poder mágico. El mago no trata de  resolver el misterio de la vida. Está aquí para vivirla.”
-Deepak Chopra

El joven Arturo tardó mucho tiempo en reconocer plenamente que había sido educado por un mago. Merlín lo había llevado al bosque a las pocas horas de nacido y sólo muchos años después, al regresar al mundo, comprendió la curiosidad que generaba su asociación con un mago.

“Si realmente conociste a Merlín”, le decía la gente (aquellos que se tomaban la molestia de pensar que el muchacho no estaba simplemente loco), “¿qué hechizos te enseñó?”
“¿Hechizos?”, preguntaba Arturo.

“Encantamientos, conjuros, las palabras mágicas de las que Merlín obtiene su poder”, decían, pensando que Arturo debía ser muy tonto o estar en algún estado de delirio.

“Merlín si me hablaba acerca de las palabras”, decía Arturo lentamente, reflexionando sobre la pregunta. “Me decía que las palabras tienen poder, que cubren los secretos de la misma manera que las trampas cubren los pasadizos subterráneos.

Tal explicación sonaba muy bien, pero no bastaba para aplacar la curiosidad de la gente. Todos querían saber cómo funcionaban en realidad los hechizos de Merlín.

“Bueno”, contestaba Arturo, “cuando yo era un bebé, recuerdo que Merlín me dijo ‘Come’. Cuando fui un poco mayor, me dijo ‘Camina’, y si me quedaba despierto hasta muy tarde, me decía ‘Duerme’. Hasta donde sé, he venido comiendo, caminando y durmiendo desde entonces, de manera que esas palabras debieron ser conjuros muy poderosos, ¿no están de acuerdo?”

Nadie lo estaba. Todos se iban cavilando si ese muchacho estúpido adoptado por Sir Ector llegaría a ser alguien algún día.

Para Comprender la Lección.

El poder de las palabras no radica en su significado superficial sino en sus cualidades ocultas. Toda palabra, por ejemplo, encierra a la vez conocimiento e intención. Estas dos cualidades son mágicas. La magia del conocimiento es que en unas pocas sílabas es posible reunir muchas capas de experiencia — de hecho, toda una historia. “Pon a tu reino el nombre de Camelot”, le aconsejó Merlín al muchacho antes de que se pusiera en marcha hacia el mundo.

“¿Por qué?”, preguntó Arturo.

“Es una palabra nueva que no necesita cargar con el peso de la historia como debe hacerlo Inglaterra”, contestó Merlín.

“La gente te identificará con ella y todos te rodearán. Servirá de piedra de toque. En el instante mismo en que una persona la pronuncie, tu reino y todas tus hazañas se abrirán para ella, como si tocaran una palanca y se abriera la puerta de un gabinete lleno de tesoros”. Lo cual demostró ser cierto.

Todas las palabras más ricas del idioma abren pasadizos secretos de significado y conocimiento. Pero la segunda cualidad de las palabras, la intención, es todavía más poderosa. Merlín expresaba intención cuando, como cualquier otro padre, le decía a su niño que comiera, caminara y durmiera. Ha sido a través de estas palabras como todos hemos aprendido funciones importantes, pero ahora que las conocemos, ya no necesitamos de ellas. Ya no nos decimos a nosotros mismos que debemos comer, caminar o dormir. La intención de la palabra ha sido interiorizada y lo único que necesitamos es algo que nos la recuerde (“Creo que me iré a dormir”), para que se produzca el resultado esperado.

¿Realmente es acertado decir que esto es un conjuro, como lo hizo Arturo? Sí, porque una vez que se absorbe la intención de una palabra, se crea un conjuro en forma de huella mental. La palabra escuela inmediatamente desencadena en toda persona la experiencia de los años escolares. El buen estudiante evocará las asociaciones de éxito y alabanza, mientras que el mal estudiante verá imágenes de fracaso y crítica. Toda nuestra vida está metida dentro de nosotros en forma de huellas que son activadas por las palabras. “Los mortales están envueltos en palabras, de la misma manera en que las moscas quedan atrapadas en la tela de la araña”, afirmaba Merlín. “Sólo que en su caso son a la vez araña y mosca, porque se aprisionan dentro de su propia tela”.

No cabe duda de que todos utilizamos nuestras propias palabras para establecer los hábitos que permiten que la vida continúe inconscientemente. Ya hemos mencionado el asunto de identificamos con los nombres y los rótulos; éstos, naturalmente, son palabras. Pero ¿cuáles palabras nos permitirán romper los viejos hábitos y liberamos de las identificaciones restringidas? Si toda palabra imprime una huella en la mente, ¿acaso son limitantes todas y cada una de las palabras?

“La paradoja de las palabras”, dijo Merlín, “es que se deben utilizar para crear disciplina y entrenamiento. Caminar, hablar, leer, todas éstas son funciones de las cuales carece un bebé. La madre y el padre deben encargarse de educar al niño acerca de las cosas del mundo, lo cual hacen por medio de palabras.

“El problema es que las palabras también tienen significados psicológicos. A través de las palabras los padres hacen que los niños se sientan bien o mal, buenos o malos. Las expresiones más poderosas que cualquier persona puede utilizar son el sí y el no. El efecto de estas dos sílabas puede levantar fronteras o eliminarías. Todo aquello que crees que puedes hacer lleva un sí encerrado en alguna parte, generalmente pronunciado por un progenitor o un maestro en el pasado lejano. Todo aquello que crees que no puedes hacer lleva un no escondido, proveniente de las mismas fuentes”.

“¿Eso por qué es una paradoja?”, preguntó Arturo.

“Porque aunque las palabras nos dicen quiénes somos, de todas maneras somos más de lo que ellas pueden expresar. Independientemente de cuán poderoso sea el conjuro de las palabras, las personas pueden cambiar. El poder de las palabras puede crear algo nuevo, no sólo un límite”.

El mago utiliza las palabras para decir sí a las cosas a las cuales nos han enseñado a decir no. En un nivel, eso es lo que hace este texto: tejer un mundo de significados completamente nuevos, para reemplazar los viejos con los que todos hemos crecido. Pero aquí hay un misterio más profundo. Las palabras encierran a la vez conocimiento e intención; por lo tanto, enmarcar una intención en palabras es el primer paso para cerciorarse de que se haga realidad. Dos buenos ejemplos de esto son la oración y la afirmación. Afirmar cosas como “Soy bueno”, o rezar a Dios diciendo “Permite que me cure”, son actos que van mucho más allá de la simple expresión verbal de un pensamiento.
Siempre que una palabra está respaldada por una intención, entra en el campo de la consciencia en forma de mensaje o petición. El universo está siendo notificado de que tenemos un determinado deseo. No se necesita más que eso para que los deseos se hagan realidad, porque la capacidad de ejecución de la consciencia universal es infinita. Todos los mensajes son escuchados y obedecidos.

“Los mortales y los magos no son tan distintos como piensas”, dijo Merlín. “Ambos envían sus deseos al campo esperando una respuesta, pero en el caso de los mortales, los mensajes son confusos y enredados; en el caso de los magos, son transparentes como el cristal. Aunque jamás se hace caso omiso de una intención, puede haber obstáculos para su realización considerando la cantidad de conflictos que se encierran en ella, todos los conflictos presentes en el corazón humano”.

Para Vivir la Lección.

Vivir esta lección implica reconocer que todas las intenciones producen un resultado. Un mago es alguien que sabe con exactitud cómo inyectar las intenciones en el campo y esperar a que se tornen realidad. El resto de nosotros no tenemos ese grado de consciencia. También enviamos constantemente nuestras intenciones al campo, pero de manera inconsciente. Nuestros deseos son aleatorios, contradictorios, repetitivos, sin claridad u obsesivos, todo lo cual no es más que desperdicio de energía.

“Ustedes los mortales suponen que tienen que trabajar para hacer realidad sus sueños”, decía Merlín, “cuando la verdad es que la mayor parte del trabajo que se ufanan de realizar les impide realizar sus sueños”. Desde el punto de vista del mago, cuanto menor el esfuerzo, mejor. En sus enseñanzas, los magos les muestran a sus pupilos cómo pensar de una manera más ordenada, clara, consciente y eficaz. Para hacerlo, es necesario eliminar primero los hábitos de pensamiento que obstaculizan la capacidad del universo para hacer realidad los deseos.

Imaginemos que la mente es un transmisor de radio con el cual bombardeamos el campo con mensajes. Si nos sentamos en silencio a observar la mente, nos daremos cuenta que está llena de señales contradictorias. Dudamos acerca de las cosas que deseamos; tampoco estamos totalmente seguros acerca del tipo de persona en que deseamos convertimos.

De la misma manera, la mente está llena de repeticiones inútiles. Se calcula que el 90% de los pensamientos que tiene una persona en un día son los mismos del día anterior. Esto se debe a que somos criaturas de costumbre, preocupación y obsesión. Por último, la mente está llena de estática inconsciente, la cual se remonta hasta las profundidades mismas de la memoria infantil. Es probable que prestemos atención únicamente a nuestros pensamientos conscientes, deseados, pero en el fondo la mente inconsciente vive martillando sus esperanzas frustradas, sus viejos temores y deseos — en otras palabras, todas aquellas cosas que aparentemente no se hicieron realidad en el pasado.

Las intenciones son simples deseos y los deseos van ligados a las necesidades. Por lo tanto, toda esa actividad de la mente que no se satisface se compone de viejas necesidades insatisfechas. Miles de veces hemos pensado “Quiero” o “Deseo” o “Espero” sin que pase nada, y si pasa, ocurren las cosas menos deseables.

“Me gustaría barrer tu cerebro”, refunfuñó Merlín una vez en que Arturo se comportaba de manera bastante confusa. “Tu pensamiento debería ser una corriente transparente, pero es como una guerra”.

“¿Por qué no puedes barrer mi cerebro?”, preguntó Arturo cándidamente.
“Porque todas las personas y todo lo que hay en él eres tú”. Merlín suspiró. “Te has convertido en todos esos conflictos rancios, repetitivos, y ellos no desaparecerán sino cuando cambies”.

El primer paso hacia el cambio es el reconocimiento. Reconocer que al menos unas cuantas esperanzas y unos cuantos deseos sí se han hecho realidad en nuestra vida. Una persona nos ha llamado justo cuando necesitábamos hablar con ella; nos ha llegado ayuda de donde menos la esperábamos; nuestras oraciones han sido escuchadas. Todo eso sucede en el campo. Cuando tenemos una intención y la enviamos al campo de la consciencia universal, en realidad estamos hablando con nosotros mismos en otra forma. Como remitentes del mensaje somos individuos que vivimos aquí, en el tiempo y el espacio. Pero también somos los destinatarios del mensaje en nuestra calidad del yo superior que domina sobre nuestra identidad espacial y temporal. Y, más aún, somos también el medio del mensaje, la consciencia pura misma.

Con el fin de vernos verdaderamente, debemos reconocer que poseemos estos tres aspectos: remitentes, destinatarios y medios. Hay muchas variaciones de este tema: somos el deseo, quien desea, y quien concede el deseo. Somos el observador, el observado y el proceso de observar. Este triple estado se conoce como unidad. Así, enviar una intención al campo y recibir una respuesta no es algo que exija esfuerzo. En nuestra naturaleza unificada, lo único que hacemos es cumplir nuestras intenciones; ése es nuestro oficio de tiempo completo. No existe un solo pensamiento que no produzca un resultado.

El problema es que todos pasamos por alto los resultados demasiado sutiles, que no se acomodan a nuestras metas inmediatas o no coinciden con aquello que, según nuestro ego, debería suceder. “Ustedes los mortales viven en el mundo del debería y el qué tal si”, decía Merlín. “Yo vivo en el mundo de lo que es”.

Cuando aprendemos a acallar la mente y a desintoxicaría de todos sus conflictos de viejos datos, se revela ante nosotros la realidad simple del funcionamiento del universo - lo que es -. Por ahora, dedique un poco de tiempo todos los días a tomar nota del contenido de su mente. Le recomiendo compre una libreta para que la cargue con usted y anote las ideas que se le vengan a la mente, sus emociones, también sus peticiones. Este acto de tomar nota, aunque muy simple, es uno de los pasos más poderosos para efectuar el cambio. No podemos cambiar lo que no vemos.

Es probable que a su ego no le agrade admitir que está lleno de negación, conflicto, intenciones contradictorias, vergüenza, culpa y todas las demás confusiones que obnubilan a la mente y le impiden ver la realidad de lo que es. En efecto, el ego se enorgullece de su capacidad para ocultarle a usted esas cosas, so pretexto de evitarle el sufrimiento que experimentaría al ver sus errores, faltas y pecados.

El segundo paso es aprender a hacer realidad sus intenciones. Los pasos son completamente naturales, pero es preciso aprenderlos. Haga que el ego se aparte y se lleve consigo todas sus expectativas y esperanzas. En lugar de sentir que necesita controlar el resultado de su intención, sienta la seguridad de que el campo hará el trabajo para usted. El estar pensando: “cómo, a través de qué ó de quien, cuánto, cuando” se va realizar su petición bloquea el proceso, simplemente tenga fé que se dará de la mejor manera. Libere su intención dentro del campo de lo eterno; cuanto más amplia sea su consciencia, más clara será la señal transmitida.

Por último, tómese todo el proceso con tranquilidad y naturalidad. Cuando todos estos pasos converjan, su intención entrará en el campo de la consciencia, el cual es como una especie de matriz donde se conecta el pensamiento individual con todo lo que es. Las angustias y los apegos del temeroso ego no obstaculizarán el suave avance hacia el resultado.


Lo cierto es que ninguna de las oscuridades de la mente es pecado. “Recuerda siempre”, le advirtió Merlín al joven Arturo, “que Dios no juzga, sólo la mente lo hace”. Lo que Dios desea es que se cumplan todos los mayores anhelos de cada persona; ése es nuestro estado natural como creadores de nuestra propia realidad.

"Dios es amor y aquel que mora en el amor, mora en Dios y Dios en el"

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Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 184 Volumén 2:Magia en tú vida