Todos tenemos un sueño

Todos tenemos un sueño


Hace algunos años acepté un trabajo en un condado del sur de los Estados Unidos para trabajar con gente que estaba a cargo de Bienestar Social. Quería demostrar que todo el mundo tiene capacidad de valerse por sí mismo y que lo único que tenemos que hacer es activar esa capacidad.

Pedí al ayuntamiento que seleccionara a unas cuantas personas a cargo de Bienestar Social, que pertenecieran a diferentes grupos raciales y con distintos orígenes familiares.

Mi intención era trabajar con ellos como grupo, durante tres horas, todos los viernes. También solicité una pequeña cantidad de dinero en efectivo para utilizarlo a medida que fuera necesitándolo.

Lo primero que les dije, después de haber estrechado la mano a todos los presentes, fue que me gustaría conocer sus sueños. Todos me miraron como si estuviera medio chiflada.

- ¿Sueños? Nosotros no tenemos sueños.

-Bueno, pero cuando erais pequeños, ¿qué anhelabais? ¿No había nada que os hubiera gustado hacer?

-Yo no sé qué podría hacer con los sueños, cuando las ratas se están comiendo a mis hijos -me respondió una mujer.

-Oh, eso es terrible -admití-. Tienes que estar muy preocupada por las ratas y tus hijos. ¿Cómo podría remediarse eso?

-Bueno, me vendría bien tener una nueva tela metálica en la puerta, porque la que tengo está agujereada.

-¿No hay nadie que pueda reparar esa tela metálica? –pregunté dirigiéndome al grupo.

-Hace mucho tiempo yo solía hacer ese tipo de cosas -dijo un hombre-, y aunque ahora tengo problemas en la espalda, lo intentaré.

Le dije que si quería ir a comprar la tela para reparar la puerta de la señora yo podía darle dinero.

-¿Se anima? -le pregunté.
-Sí, lo intentaré.

A la semana siguiente, cuando el grupo estuvo instalado, pregunté a la mujer si ya tenía arreglada la puerta.

-Oh, sí -me contestó.

-Entonces, ya podemos empezar a soñar, ¿no? -le pregunté, y esbozó una especie de sonrisa.
-Y usted -le pregunté al hombre que había hecho el trabajo-, ¿cómo se siente?
-Bueno, fíjese qué cosa más rara -me respondió-. Estoy empezando a sentirme mucho mejor.
Aquello sirvió para que el grupo empezara a soñar. Esos éxitos, que parecían tan poca cosa, permitieron que el grupo viera que sus sueños no eran disparatados, por pequeños que fueran. Esos pasos consiguieron que la gente empezara a ver y a sentir que realmente podía cambiar algo.

Yo empecé, a mi vez, a preguntar a los demás por sus sueños. Una mujer admitió que siempre había querido ser secretaria.
-Bueno, ¿y cuál es el problema?
(Ésta es siempre mi segunda pregunta.)
-Tengo seis niños y no tengo a nadie que los cuide mientras estoy fuera de casa.

-Vamos a ver -empecé-, ¿hay alguien en este grupo que pueda ocuparse de seis niños durante un par de días a la semana para que esta señora pueda asistir a clases de formación aquí, en la escuela de la comunidad?

Otra mujer dijo que ella también tenía niños, pero que podría ocuparse.
-Pues, adelante -aprobé, y así se fue organizando un plan que permitió a aquella mujer empezar sus estudios.

Cada uno fue encontrando algo que hacer. El hombre que arregló la puerta se convirtió en un «manitas», la mujer que se hizo cargo de los niños terminó licenciándose como «canguro»...

En doce semanas había conseguido que toda esa gente dejara de depender de Bienestar Social... y no sólo lo he hecho una vez, sino muchas.

Virginia Satir

Fuente: Jack Canfield&Mark Victor Hansen- Sopa de pollo para el alma