Mi Fórmula de la Invulnerabilidad parte 2/3

Mi Fórmula de la Invulnerabilidad parte 2/3


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¡Qué tal! Así escribía mi maestro Emerson. Confianza que se sucede como hermosa consecuencia de saber quién es uno. El primer gran paso para confiar en uno mismo es saber quién se es. Y para saberlo has de lanzarte a investigar afanosamente tan noble y divina información. Tal vez de eso trate la vida, de una búsqueda constante en forma de viaje para saber quién eres en verdad, para que luego, si tienes la dicha de hallar la respuesta, reposes con la total tranquilidad, paz e invulnerabilidad que te da ese conocimiento: la confianza plena en ti mismo. Hoy estoy seguro de que de esto debe tratar el viaje del héroe que todos llevamos dentro, parafraseando la idea de Joseph Campbell. La vida es un viaje de auto-descubrimiento, y el viaje ¡vale tanto la pena! 

He observado que el ser humano que no confía en sí mismo, aún así necesita confiar en algo, y es entonces cuando elige confiar, más fácil y cómodamente, en lo que digan los demás de él: lo que diga su familia, los amigos, la sociedad, los clientes, los medios, la religión, etc. Grave error surgido de la ignorancia de no saber quién se es y que genera vulnerabilidad por creer que se es lo que dicen los demás que es uno; ahí tu vulnerabilidad la gestas al decidir confiar en que eres lo que los otros piensan que eres, ahí tú te desacreditas y eres víctima constante de los juicios ajenos, donde tu opinión es menos importante que la que tienen los demás de ti, o peor aún, donde tu no tienes opinión siquiera, por eso ahí eres víctima, e irónicamente al conferir importancia a la opinión de los demás, eres también el victimario. La ignorancia de no saber quién eres, a su vez, suele ser consecuencia de tu apatía, de tu falta de interés en querer buscar, por querer investigar, por querer saber quién eres realmente, y es ahí cuando la gente elige no vivir, sino tan solo durar, “ir pasándola”. Pero si decides vivir realmente, has de emprender el viaje en búsqueda de ti mismo, y ese viaje lo debes realizar tú solo, el acceso a la respuesta es privilegio exclusivo de quien decide lanzarse a tan divino encuentro, el de sí mismo. 

Ese gran viaje es hacia dentro, donde reside la gran respuesta y el mundo exterior solo nos sirve poderosamente como mero reflejo para saber por donde vamos, la percepción que tengas del mundo exterior tan solo es una brújula que te indica hacia dónde has decidido ver en tu interior, ya que lo que halles dentro de ti será lo que alcances a ver afuera. Por eso, busca bien y busca el bien que reside en ti. ¿Quién eres realmente?  Nadie podrá darte la respuesta, tú solo la debes encontrar. ¡Pero date tiempo para buscarla! Por ello he insistido tanto en lo valioso que resultan los momentos de soledad, de total aislamiento, porque esos momentos suelen ser la puerta de entrada al camino que te llevará a tan valiosa respuesta: saber quién eres, para así, ¡confiar en ti mismo! No es mera coincidencia que los grandes maestros espirituales dedicaran tanto tiempo a estar solos. En esos momentos del viaje, en esos momentos de soledad, en el silencio que les acompaña cuando decides buscar, ahí se suele escuchar la respuesta que buscamos. Intenta y lo verás. La confianza en ti mismo se incrementa grandemente en estos momentos. 

Algunas personas podrían tildar de arrogante o muy pagado de sí a quien confía demasiado en sí mismo, pero hoy te digo que confiar en uno mismo nunca es demasiado, simplemente es. Hoy te invito a que eleves tu estado de conciencia al saber de una vez por todas que los juicios que los demás emiten de ti no te definen nunca en absoluto, sino que tan solo se trata de lo que “aquella” otra persona alcanza a ver de ti, lo que implica una característica de percepción exclusiva de aquella persona, con lo cual, el juicio que emita de ti, insisto, no te define, sino que le está definiendo precisamente a aquella persona. Ejemplo, cuando alguien te dice: “…eres un engreído”. Eso jamás te define a ti, sino que la persona se está definiendo a sí misma en rasgos de su percepción por lo que ella muy particularmente alcanza a ver en ti, confiriéndole a su propio juicio crítico la idea de “engreído”. Y una simple comprobación de esto es que tu mismo comportamiento, para otra persona, puede ser calificado como “…tan natural”. En ese otro juicio, tampoco se te define a ti, sino que se define esa otra persona manifestando que bajo sus creencias particulares, tu comportamiento se le figura natural. Lo único que te define es lo que tú pienses de ti mismo. Eso sí te define. Quede de útil paso afirmar lo mismo con respecto a tus juicios: lo que tú opines de alguien nunca definirá a ese alguien, sino que te estás definiendo a ti mismo. Si algo te gusta o no te gusta de alguien, no es porque ese alguien lo tenga, sino porque lo que tiene a ti te gusta o no, de esa forma puedes ver cómo te defines a ti mismo con los juicios que haces de los demás. Los otros ya vienen definidos por lo que ellos mismos piensan de si. 

Por escasos o no que sean mis talentos, hoy simplemente he decidido que yo soy realmente, y no necesito, para mi propia certidumbre, de ningún testimonio secundario al mío. Simplemente he empezado a sentirme cierto con lo que yo opine de mí, y con eso me es más que suficiente. Cuando la gente me escribe y opina de mí cosas bellas o cuando me reconocen muy positivamente, me alegro mucho, pero así como hace años me alegraba por lo que creía decían de mí, hoy no; hoy me sigo alegrando pero por ellos, por lo que ellos alcanzan a ver en mí y que es independientemente de mí. Con lo que yo veo de mi estoy satisfecho y alegre y me es suficiente. Con lo que los demás vean de mí me siento independiente, de hecho, con lo que se diga de mí tan solo veo los juicios que definen a la persona que opina, pero nada veo que defina en mí (por lo que ya te he explicado), y todo juicio lo respeto en virtud de tal, por el símbolo que es en cuanto al nivel del viaje al que cada persona ha llegado al momento de emitir su juicio, por el estado de conciencia que ha alcanzado al momento de expresar su opinión. Hoy he llegado a suponer que cuando Jesucristo alguna vez preguntó a sus apóstoles “¿Qué anda diciendo la gente de mí allá afuera?”, no estaba investigando su prestigio, sino que divinamente estaba indagando el estado de conciencia de la gente de allá afuera. 


He aprendido cabalmente que uno suele ver en los demás lo que lleva dentro, de tal suerte que cuando se admira a alguien, no es más que un reflejo de la dicha que habita en nosotros y anhela ser observada en otro para conocerse a sí. Y es que la capacidad de admiración reside en el que observa y no en las características de lo observado. Esta es la razón por a cual una persona es incapaz de disfrutar de un hermoso viaje, incapaz de gozar una exquisita comida, incapaz de emocionarse frente a un espectáculo, incapaz de sentir la profundidad de un escrito, no porque el viaje sea aburrido o la comida mala o el espectáculo burdo o el escrito falso, sino porque la persona no tiene la capacidad interior de apreciar el bien, la verdad y la belleza. Es cuestión enteramente personal, es la falta personalísima de un corazón puro y de una mente en paz, características interiores del ser, necesarias para poder contemplar con asombro y júbilo la existencia. Por ello resulta de capital importancia saber quién eres, encontrando a Dios Quien reside en ti, para que así logres confiar en ti mismo, pudiendo así apreciar al mundo como un lugar apacible y digno de experimentarse sin el más mínimo temor a ser dañado. 


Pues bien, hasta aquí te he explicado la primera parte de mi fórmula para lograr la invulnerabilidad, confiar en ti mismo. Pero para mantenernos así de invulnerables, es extremadamente útil el apoyo de la Filosofía, es decir, es conveniente tener acceso el estudio racional del pensamiento humano desde un doble punto de vista: conocimiento y acción. Entonces, filosofemos un rato; verás que bien te va a sentar. 

Por ejemplo, permíteme hablarte un momento del “Honor”, aquello por lo que muchas personas creen que deben actuar sin saber que así se hacen vulnerables. Me encanta la definición de “Honor” que da André Comte-Sponville: Es la dignidad, cuando pasa por la mirada de los otros. O el amor propio, cuando se toma muy en serio. Lo interesante cuando se analiza brevemente el honor, es que puede incitar tanto al heroísmo como a la guerra o al asesinato (los famosos crímenes de honor). Dice Comte-Sponville: “Es un sentimiento profundamente equívoco, que no se podría admirar ni despreciar del todo. Es una pasión noble; pero es sólo una pasión, no una virtud. Estoy de acuerdo en que no se pueda prescindir socialmente de ella. Razón de más, desde un punto de vista individual, para desconfiar. El honor nacional es como un fusil cargado. ¿Y qué decir del honor de esos adolescentes que se matan entre ellos, a la puerta de nuestros colegios, por una mirada o un insulto [o por defender una ideología]? El honor ha producido más muertos que vergüenza, y más asesinos que héroes”. El honor es otra de tantas trampas que nos tiende el ego. Por esa conciencia de separación que favorece y que con ella forjarse bandos de ideologías y fortalecerse “nacionalidades” que nos separan como humanidad. 

El hecho de defender nuestro punto de vista esgrimiendo los más afilados argumentos en pos de la salvaguarda de nuestro honor, hace que nos batamos en duelo verbal o físico, simbolizando una incapacidad radical para creer que nuestro nivel intelectual, moral o social (o el que sea) es asunto nuestro, y decidiendo vivir nuestra propia idea de sí mismos en virtud de los juicios cambiantes de nuestro público. Como dice Alain de Button: “Para el duelista, el único factor que determina su opinión sobre sí mismo es lo que las otras personas piensan de él”. Para muchas comunidades y familias donde todavía no llega una Nueva Conciencia, se espera que el honor se mantenga mediante la violencia. Por ejemplo, en ciertas familias tradicionales, para merecer la honra de ser hombre, se debe ser físicamente aguerrido, tener potencia sexual, mostrarse predador hacia las mujeres antes de casarse y ocasionalmente luego de ello, ser capaz de cuidar económicamente a la familia y tener autoridad suficiente sobre su esposa para garantizar que no coquetee con otros. Así, la deshonra masculina emana si se incumple esto, pero también se cree perder por la ausencia de una respuesta lo suficientemente violenta ante una injuria perpetrada por otro, ahí se gana el apelativo de cobarde (bajo ese primitivo estado de conciencia). Es así, con un nivel de conciencia harto primitivo, cuando se vive la extrema vulnerabilidad ante el desdén ajeno; por la extrema necesidad en nuestras prioridades de ser observados por los demás con una óptica favorable. Por ello, decidir elevar nuestro estado de conciencia, precisamente con una Nueva Conciencia, es lo que genera invulnerabilidad. Sigamos filosofando. 

Cito a Chamfort cuando dijo: La naturaleza no me ha dicho “no seas pobre”; ni mucho menos “sé rico”; pero sí me pide “sé independiente”. Y de eso se trata gran parte de la invulnerabilidad. Permíteme compartirte esta anécdota de Alejandro Magno: Cuando pasó por Corinto visitó al filósofo Diógenes y lo encontró sentado bajo un árbol, en harapos y sin ningún dinero. Alejandro, el hombre más poderoso del mundo, le preguntó si podía hacer algo para ayudarle. “Sí”, contestó el filósofo, “apártese a un lado. No deja pasar el sol”. Los soldados de Alejandro se quedaron horrorizados, temiendo uno de los famosos estallidos de furia de su jefe. Sin embargo, Alejandro, se limitó a reírse y comentó que si él no hubiera sido Alejandro, sin duda le hubiera gustado ser Diógenes. 


Un transeúnte, después de observar cómo Sócrates era insultado en el mercado, le preguntó: “¿Acaso no le importa que le injurien?”, “¿Por qué?”, replicó el filósofo, “¿cree usted que debiera molestarme que un estúpido me hubiera dado de patadas?”. Algún otro filósofo atinadamente comentó: “Recuerda, el vulgo siempre es un mal juez de las buenas acciones”. Y con estas reflexiones filosóficas estamos abriendo nuestra mente al entendimiento de la invulnerabilidad. 

Continuará...

Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capitulo 58 - Volumén 2