Privilegio de uno


“Lo más maravilloso del mundo sólo te sucede a tí." - Bearch Skearly

Si ha habido algo frustrante en mi vida es cuando ardo en deseo de platicar con alguien algo maravilloso que me acaba de suceder y ese alguien nunca tuvo el menor interés en ponerme atención, o por lo menos, la que yo me esperaba en virtud de lo que me había sucedido. ¡Cuán seguido me ha pasado!

Debido a que me imagino que tú has vivido algo similar, me imagino comprenderás lo que se siente. Son de esos momentos en que tú vienes con la mayor pasión a comentar y compartir aquello extraordinario que te acaba de suceder, y a quien eliges para platicar, resulta en una persona que nunca tuvo un verdadero interés y no te puso la atención que tu gran evento crees que merecía. O por lo menos, eso sientes. Y peor aún, si eres una persona triunfadora, de esas que han hecho del éxito una rutina, pues llega el momento en que sientes que nadie te comprende, que no te creen o que simplemente no te hacen caso. “Demasiado bueno para ser verdad”, es lo que han de pensar aquellas personas a las que uno elige para platicarles lo maravilloso que acaba uno de vivir.

Y sí, así suele suceder. No niego que exista la dicha de tener a alguien en la vida con quien compartir y vibrar en la misma intensidad. Me consta y lo afirmo con mi propia vida. Sin embargo, a veces que esa persona “mágica”, esa gran amiga o amigo, ese familiar, no se encuentran cerca y cuando uno intenta con otras personas, no encuentra el “eco” que uno esperaba. Y es que cada quien anda tan ocupado con sus propios pensamientos que casi nadie se da la oportunidad de sentir lo que siente el otro. Tal vez por eso, la incomprensión no es la incapacidad de comprender, sino la total falta de interés en sentir lo que siente el otro.

 Este tipo de incomprensión, cuando sucede en la familia, suele ser un poco más frustrante, quizá por pensar que al tratarse de tu propia familia, existiría mayor interés por lo que te sucede. Pero he comprobado que esto no es una regla, por lo menos en mi familia y en la de varios amigos y pacientes. No quiero generalizar. Simplemente lo nombro porque quiero empezar mis reflexiones de esta ocasión con el mero planteamiento del problema. Simplemente sucede. A nivel laboral, lo mismo. Por ejemplo, en mi caso, cuando termino un gran proyecto con un gran y sublime éxito, la emoción por existir hierve en toda mi sangre, el entusiasmo que vivo en esos momentos me hace sentir que ¡exploto de alegría y satisfacción! Siento que toda mi sangre efervece y en más de una ocasión tal magnitud de emoción ha rebasado los límites de mi cuerpo y las lágrimas no se hacen esperar. Lágrimas de alegría incontenible. Y cuando me acerco a algunos de mis colaboradores, la mayor emoción que alcanzo a ver en alguno de ellos es tan solo una leve sonrisita y acompañada con una débil frase: “Bien, qué padre estuvo”. Punto.

¡¿Punto?! Son de esos momentos en que me pregunto en mi interior: ¿Habrá podido alcanzar a ver y sentir la emoción de muchas otras de trabajo y creatividad? ¿Podrá entender la magia y transformación de energía que se sucede en el resultado? Ya lo dudo. La emoción es algo que se sucede o no. La emoción no se pude actuar, no se puede disfrazar. No vibraban como yo vibraba. ¡¿Por qué?! ¿Por qué no alcanzaban a sentir lo que yo sentía? La respuesta llegó a mí la semana pasada. Más adelante la sabrás.

Lo mismo he observado en varios de mis conocidos, tanto familiares, como amigos y pacientes. A todos nos ha pasado que cuando vivimos algo que, para nosotros es sublime y majestuoso, corremos a platicarlo con gran emoción y recibimos un balde de agua fría al ser escuchados con la atención que un ciego le presta al color. He observado cómo alguien de mi familia llega a platicar con un gran entusiasmo con otro integrante de la misma y luego de la famosa pregunta: “¿Cómo ves?, ¿Qué te parece?”, el otro no responde porque nunca escuchó o súbitamente empieza a hablar de un tema totalmente distinto. Estas escenas todavía me resultan increíbles. Por supuesto que, con todo orgullo, salgo a defender la emoción del momento y con gusto me presto a escuchar con profunda atención lo que mi primer familiar decía. Tal vez por eso somos tan solicitados aquellos seres humanos que hemos desarrollado una sana capacidad de escucha. Me consta que sí existen varios seres humanos, muy preciados en sus ambientes, porque han aprendido a saber escuchar. ¡Divina virtud! Y es que es tanta la necesidad que los seres humanos tenemos de sentirnos escuchados, que hasta terapéutico resulta ser. Me consta que la gente es capaz de pagar varios miles de pesos porque alguien los escuche con una atención inusitada. Me consta.


Mi mejor amiga, mi alma gemela, mi otro yo, es la mayor bendición que Dios me ha dado a mi paso por esta vida en la Tierra. Es alguien con quien he podido emocionarme a tal grado, con el simple y poderoso hecho de conversar, que llegamos a vibrar prácticamente igual cuando nos compartimos lo que nos ha sucedido el uno al otro. Te invito a que busques a una persona así en tu vida. ¡Sí existen! Y si tienes la dicha de encontrarla, verás que entonces, y solo hasta entonces, la vida vale la pena compartirla. Si el gozo de lo sucedido ya fue algo maravilloso, pues así, con alguien que llegue a sentir contigo, se disfruta doblemente.

Continuará...

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Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 48  Volumén 1: Privilegio de uno