El Juego que Todos Jugamos

El Juego que Todos Jugamos


Hay veces en que deseo sinceramente que Noé y su comitiva hubiesen perdido el barco.  -Mark Twain
Desde muy niños aprendimos algo: cuando te sientas aburrido, juega para que se te quite. El bebé que lloraba, bastaba que se le acercara una maraca y se jugara con él para que suspendiera el llanto de inmediato (bueno, por lo menos en ciertos casos). Pero ¿qué pasa cuando ese bebé o ese niño crece? Cuando entramos a la adolescencia nos empezamos a volver expertos en determinados juegos. Y ya de adultos, auténticos “masters” en juegos que eliminen nuestro aburrimiento. Pero hoy, con Nueva Conciencia, quiero compartirte una reflexión que va mucho más allá de lo que quizá estés pensando, porque no estoy hablando de optar por jugar fútbol, o dominó o algún otro juego de mesa o deporte. No. Hoy voy a comentarte un juego psicológico que debes conocer. 

Sucede que en los últimos meses de mi vida he visto una cantidad de juegos psicológicos que me inspiraron a escribir este capítulo. Sé que te ayudará mucho. Verás que te dará una gran luz. Cambiarás al terminar de leer esto, me lo dice algo en mi interior. Mira, si existe algo desafiante para muchos es el arte de las relaciones humanas, el convivir. Y el desafío está en detectar lo más rápido posible si estamos entrando en un juego o no. En eso estribará la gran diferencia entre sentirte extraordinariamente bien o sentirte muy, muy mal. 

El juego psicológico que te voy a comentar hoy se llama “Triángulo Dramático (TD)”. Es un auténtico drama (género mixto entre tragedia y comedia) sucedido en un juego que se realiza comúnmente entre tres, aunque muchas veces bastan dos para empezar a jugar. Los participantes de este juego son tres jugadores: la Víctima, el Perpetrador y el Salvador. El papel de Víctima es el que elige sufrir casi inocente por la culpa de otros; el Perpetrador es que elige cometer una culpa grave, el que persigue, el que elige hacer daño; el Salvador es el que elige librar del sufrimiento y hacer justicia. Esos son los tres célebres personajes que arman el triángulo dramático (TD), un juego psicológico que solo produce desgaste, resentimiento, alejamiento, envidias, coraje, odio, enemistad, rencor, y un sin fin de etcéteras que se pueden englobar en algo más sencillo: sentirse mal, muy mal. Te pondré un ejemplo de la vida real que escuché ayer con una de mis pacientes. Primero te describiré los hechos y luego te explico el juego. 

Los hechos: Mujer de 28 años (a quien llamaré Inocencia) que tiene una reciente amiga muy querida (a quien llamaré Dolores) y decide hablarle por teléfono para saludarla. Al contestar Dolores, ésta de inmediato le dice en tono un poco despectivo: “¿Ahora qué es lo que necesitas?”. En ese instante Inocencia se consterna por el modo y le dice: “¿Qué?”. Y ya un poco molesta Inocencia, antes que pedirle explicación ni nada, decide aplicarle la juvenil y le sigue diciendo: “Bueno, ahora que lo dices, necesito mis aretes que te presté el otro día y no me has devuelto”. A lo que Dolores le dijo que luego se los regresaría con gusto. Inocencia sin decir más, colgó molesta. Se dejaron de hablar poco más de tres días cuando se hablaban diario. Inocencia habló luego con su novio y le comentó los hechos, a lo que el novio contestó: “Voy a hablar con esa amiguita tuya..., ¿qué se cree?, y tú siendo tan buena con ella”. Inocencia al día siguiente fue a consulta y, dentro de otras cosas más importantes, me pedía consejo para salir de esta situación que le parecía embarazosa y que la verdad no entendía. 

Ahora mi explicación: Inocencia habló con la mejor intención para saludar a su amiga. La amiga Dolores le contestó de mala forma y en ese momento, Inocencia entró al juego del Triángulo Dramático y se sintió auténtica “Víctima”, es decir, eligió “sufrir” la forma en que le contestó. ¡No podía creer el maltrato que su amiga le profería con esa forma tan ruda de contestar! La amiga, también sin saber, jugaba el juego de “Perpetrador”. Y es que no existe víctima sin perpetrador. Dolores le hizo sentir mal exprofesamente con su forma ruda de contestar, y sus motivos tendrá. Y luego Inocencia fue con su novio quien empezó a jugar el papel de “Salvador”. El triángulo dramático se cerraba perfecto. Le expliqué a Inocencia los papeles que cada quien eligió jugar y me miró con ojos de admiración al ver tan claro el juego. 

Otro ejemplo: la mamá que le compra una camisa rosa muy fina y hermosa (según ella) a su querido hijo. Cuando el hijo llega a casa, la mamá le enseña su regalo sorpresa y el joven no sabe qué decir. Le agradaba recibir un regalo pero no le gustaba la idea de recibir una camisa rosa. La mamá notó la falta de emoción en su hijo y “eligió” interpretarlo como un desdén. En ese momento le expresó a su hijo: “Claro, a ti nunca te gusta lo que yo te doy. No fuera esa niña con la que andas porque se lo festejarías”. La mamá se dio media vuelta y salió de la recámara. Cuando la mamá vio que pasaron unos minutos y el hijo no salía de su recámara, le gritó: “¿Qué? ¿No me vas a decir nada hijo? ¿Ni disculpas? (nótese que la víctima cuando no quieren jugar con ella, insiste con este tipo de preguntas para arrancar el juego). Cuando más tarde llegó el papá, la mamá, antes que nada, le urgía platicarle lo sucedido. El papá dijo: “Entiéndelo..., es hombre y no le ha de gustar esa moda”. La mamá contestó: “¡Caray! Gracias por tu apoyo, mejor dime que soy tonta y no sé qué es lo que le gusta a nuestro hijo”. El padre dijo: “No, no. No es para que te pongas así mi amor. Nunca quise decirte eso. Es más, voy a hablar con nuestro hijo ahora mismo para informarle que quizá le faltó tacto”. La madre se quedó esperando (con actitud de víctima, pero ahora también empezando un poco el papel de perpetradora). El padre subió a ver al hijo y le comentó: “Hijo, debes ser más agradecido con tu madre. Quizá no te gustó el color o algo así, pero es un regalo y te recomiendo que vayas y se lo agradezcas”. El hijo contestó: “Ni loco papá. Lo que pasa es que mi mamá la trae conmigo desde hace días y le tiene como envidia a mi novia o no sé qué, y con este regalo solo me quiere molestar”. El papá comentó: “No hijo, no es así”. El hijo respondió: “Claro que lo es. Además tú qué sabes si nunca estás aquí”. El papá ya molesto: “Está bien, como siempre, haz lo que se te pegue la gana”. El papá salió de la habitación y regresó a hablar con la mamá: “Oye, ¿qué traes algo con la novia de nuestro hijo?”. “¡Qué!? ¡A mi esa chamaquita ni me importa!”...., y así se podría continuar el juego por horas, días, semanas o años.

Continuará...


Del Taller de Autoestima Volumén 1 de Juan Carlos Fernández