Hace poco me llamó por teléfono una amiga de mi época universitaria de quien hacía ocho años que no sabía nada. Me llamó a las 7.15 de la mañana, después de largas horas de insomnio y de revolverse inquieta en la cama, hasta atreverse a llamarme a esa hora tan temprana. El incesante discurrir de su cabeza llena de explicaciones y lamentos imaginarios, hablando con un compañero que hacía ya tiempo que se había marchado..., la sensación de vacío que le atenazaba el estómago... y la rabia y el dolor por continuar sintiéndose una amante abandonada después del tiempo transcurrido desde el abandono... todo eso ya le resultaba insoportable.
La noche anterior a la llamada, había sabido que yo estaba escribiendo un libro sobre el perdón. Me contó que desde el momento en que escuchó la palabra «perdón», sintió la imperiosa necesidad de llamarme, de saber más del asunto. Me explicó lo furiosa que se había sentido durante meses, aun cuando una parte de ella sabía que sólo en el perdón estaba la esperanza de encontrar algo de paz y resolución. Después de hablar durante una hora más o menos, quedamos en encontrarnos un día de esa semana para tomar café -y hablar más de cómo podría resultarle el hecho de perdonar.
Cuando dirijo un seminario o taller sobre el perdón, suelo comenzar por preguntar a los participantes qué los impulsó a asistir. ¿Qué promesa contiene para ellos el perdón? Igual que mi amiga, cada persona cuenta su propia historia de rabia y dolor, pero el hilo que discurre por todas las respuestas es que el perdón contiene la promesa de libertad y alivio.
En el caso de mi amiga, era la promesa de apoyar tranquilamente la cabeza sobre la almohada por la noche, de acabar con esa sensación de vacío en el estómago y sanar la tristeza de su corazón. Para otras personas, es la promesa de reconciliación, después de años de distanciamiento, con sus padres o hermanos. O la promesa de una mayor armonía en el trabajo y de sentirse cómodo y capaz entre los compañeros. O la promesa de dejar de aferrarse a relaciones que ya han acabado, encontrar la libertad y seguir adelante sin trabas. O la promesa de tener una relación íntima más tierna y feliz. O la promesa de acabar una batalla interior de toda la vida y vivir con mayor compasión y respeto por uno mismo.
Independientemente de cuál sea nuestra historia única y especial, el perdón contiene la promesa de que encontraremos la paz que todos deseamos. Nos promete la liberación del poder que ejercen sobre nosotros las actitudes y los actos de otras personas. Nos vuelve a despertar a la verdad de nuestra bondad y el hecho de que somos dignos de amor. Contiene la promesa cierta de que seremos capaces de descargarnos cada vez más de la confusión emocional y de seguir adelante sintiéndonos mejor con nosotros mismos y con la vida.
El teólogo y filósofo Paul Tillich escribió: «El perdón es-una respuesta, la respuesta implícita en nuestra existencia». El perdón es el medio para reparar lo que está roto. Coge nuestro corazón roto y lo repara. Coge nuestro corazón atrapado y lo libera. Coge nuestro corazón manchado por la vergüenza y la culpa y lo devuelve a su estado inmaculado. El perdón restablece en nuestro corazón la inocencia que conocimos en otro tiempo, una inocencia que nos permitía la libertad de amar.
Cuando perdonamos y somos perdonados, siempre se transforma nuestra vida. Las dulces promesas del perdón se cumplen y se nos ofrece un nuevo comienzo con nosotros mismos y con el mundo.
Extracto del libro Perdonar de Robin Casarjian