¿En qué te enfocas tú: amigos, pareja, familia, religión o en ti?

¿En qué te enfocas tú: amigos, pareja, familia, religión o en ti?


Centros alternativos
Todos tenemos un centro, aunque por lo general no lo reconozcamos como tal. Tampoco reconocemos sus efectos que inciden en todos los aspectos de nuestras vidas.

Examinemos brevemente varios centros o paradigmas típicos para comprender mejor cómo afecta a estas cuatro dimensiones fundamentales y, en última instancia, al flujo vital que emana de ellas.

Centrarse en el cónyuge. El matrimonio puede ser la relación humana más íntima, la más duradera, la que más desarrollo genera. Podría parecer natural y muy adecuado centrarse en la esposa o el esposo, pero de la experiencia y la observación surge una realidad diferente. A lo largo de los años, he trabajado con muchos matrimonios con problemas, encontrando un hilo conductor común en casi todas esas relaciones centradas en el cónyuge. Ese hilo es la fuerte dependencia emocional.

Si nuestro sentimiento de valía emocional proviene primordialmente de nuestro matrimonio, nos volvemos altamente dependientes de esa relación. Somos vulnerables a los estados de ánimo y los sentimientos, la conducta y el tratamiento que nos da nuestro cónyuge, ó a cualquier hecho exterior con el que pueda tropezar el matrimonio: un nuevo hijo, los parientes políticos, los reveses económicos, los éxitos sociales, etcétera.

Cuando en el matrimonio se acrecientan las responsabilidades aparecen las tensiones, nos inclinamos a volver a los guiones que nos inculcaron durante nuestro crecimiento. Pero lo mismo hace nuestro cónyuge. Ahora bien, esos antiguos guiones de los dos miembros de la pareja no suelen ser idénticos. Son modos diferentes de abordar las cuestiones económicas, la disciplina de los hijos, los parientes. Cuando esas tendencias profundas se combinan en el matrimonio con la dependencia emocional, la relación centrada en el cónyuge revela toda su vulnerabilidad.

Si dependemos de la persona con la que estamos en conflicto, necesidad y conflicto quedan unidos. Desmesuradas reacciones de amor-odio, inclinación a la lucha o la evasión, el repliegue, la agresividad, la amargura, el resentimiento y la fría competencia son algunos de los resultados habituales. Cuando aparecen tendemos a retroceder a inclinaciones y hábitos aún más antiguos, en un esfuerzo por justificar y defender nuestra propia conducta y atacar la de nuestro cónyuge.

Inevitablemente, al sentirnos demasiado vulnerables, necesitamos protegernos de las nuevas heridas. De modo que recurrimos al sarcasmo, al humor hiriente, a la crítica, a todo lo que nos evite sacar a la luz nuestra ternura interior. Cada parte tiende a esperar que la otra tome la iniciativa en el amor, sólo para sentirse defraudada pero también confirmada en la justicia de las acusaciones que hace.

En relaciones de este tipo, cuando todo parece ir bien no hay más que una falsa seguridad. Actúan como guía las emociones del momento. La sabiduría y el poder se pierden en las interacciones negativas contra dependientes.

Centrarse en la familia. Otro centro común es la familia. También esto parece ser natural y adecuado. Como área de dedicación y compromiso profundos, proporciona grandes oportunidades para relaciones intensas, para amar, compartir, para mucho de lo que hace que la vida sea digna de vivirse. Pero como centro, paradójicamente, destruye los mismos elementos necesarios para el éxito familiar.

Las personas centradas en la familia obtienen su sentido de la seguridad o la valía personal de la tradición, cultura y reputación familiares. De tal modo, se vuelven vulnerables a cualquier cambio de esa tradición o cultura y a cualquier influencia que afecte a esa reputación.

Los padres centrados en la familia no tienen la libertad emocional ni el poder de educar a sus hijos pensando en los dones de sus hijos para su verdadera realización. Simplemente es la continuación de los valores, hábitos y tradiciones familiares.

Consecuencia de lo anterior es la necesidad de que nadie se salga de las normas de familia establecidas,  pensando que cualquier variación va en contra del crecimiento y desarrollo de los hijos. Toda conducta que consideren impropia amenazará su seguridad. Se trastornan, guiados por emociones circunstanciales, y reaccionan espontáneamente a las preocupaciones inmediatas, sin pensar en el crecimiento y el desarrollo a largo plazo de los jóvenes. Tal vez griten o vociferen. Puede que se excedan, imponiendo castigos como consecuencia de su mal genio. Tienden a condicionar el amor a sus hijos, con lo cual los hacen emocionalmente dependientes o contra dependientes y rebeldes.

Centrarse en el dinero. Otro centro lógico y extremadamente común de la vida de la gente es el hecho de ganar dinero. La seguridad económica es fundamental para las oportunidades de alcanzar logros importantes en cualquiera otra dimensión. En una jerarquía de necesidades, la supervivencia o la seguridad físicas aparecen en primer lugar. Mientras esas necesidades básicas no están satisfechas (por lo menos en grado mínimo), las otras necesidades ni siquiera se activarán.

La mayoría de nosotros tenemos preocupaciones económicas. Muchas fuerzas de la cultura global pueden actuar y actúan sobre nuestra situación económica, causando o amenazando con causar el desgarro de experimentar una preocupación e inquietud que no siempre emergen a la conciencia.

A veces se dan razones aparentemente nobles para justificar la avidez de ganar dinero, como por ejemplo el deseo de cuidar de la propia familia. Y esas razones son importantes. Pero cuando uno se centra únicamente en acumular dinero, anula sus propios esfuerzos.

Consideremos de nuevo los cuatro factores que sustentan la vida (seguridad, guía, sabiduría y poder). Supongamos que baso gran parte de mi seguridad en mi empleo, mis ingresos o mi patrimonio, Puesto que son muchos los factores que afectan a esas bases económicas, me siento ansioso, molesto, autoprotector y a la defensiva, Cuando mi sentido del mérito personal proviene de mi patrimonio soy vulnerable a todo lo que pueda afectar a ese patrimonio. Pero el dinero y el trabajo por sí solos no proporcionan sabiduría ni guía, y sólo un grado limitado de poder y seguridad. Bastará una crisis en mi vida o en la vida de un ser querido, para hacerme comprender las limitaciones de centrarse en el dinero.

Las personas centradas en el dinero suelen dejar a un lado a la familia o a otras prioridades, dando por sentado que todos comprenderán que los requerimientos económicos ocupan el primer lugar. Conozco a un padre que se estaba yendo con sus hijos al circo cuando lo llamaron por teléfono desde el trabajo para que fuera. Se negó. Cuando la esposa le sugirió que tal vez debía ir, respondió: «Puedo trabajar mañana, pero las oportunidades de salir con mis hijos son únicas». Durante el resto de sus vidas, los hijos recordaron ese pequeño acto de preferencia por ellos no sólo como lección grabada en sus mentes sino también como una expresión de amor en sus corazones.

Centrarse en el trabajo. Una persona centrada en el trabajo puede convertirse en adicta y obsesiva, y forzarse a una producción salvaje sacrificando su salud, sus relaciones y otras importantes áreas de la vida. Su identidad fundamental proviene de su trabajo: «Soy médico», «Soy escritor», «Soy actor».

Como su identidad y su sentimiento de la propia valía se nutren del trabajo, su seguridad será vulnerable a todo lo que le impida continuar en él. Su guía está en función de los requerimientos del trabajo. Su sabiduría y su poder se concentran en las áreas limitadas de su trabajo, dejándolo inefectivo en otras áreas de la vida.

Centrarse en las posesiones. Las posesiones son para muchas personas una fuerza impulsora (no sólo las posesiones tangibles, materiales, tales como la ropa de moda, casas, coches, barcos, joyas, sino también las posesiones intangibles de la fama, la gloria, la posición social). La mayoría de nosotros tenemos conciencia, por propia experiencia, de lo poco satisfactorio que es ese centro, simplemente porque puede desvanecerse rápidamente y sufrir la influencia de innumerables fuerzas.

Si mi sentido de la seguridad reside en mi reputación o en las cosas que poseo, correré constantemente el riesgo y sufriré la amenaza de perder esos bienes, de que me los roben o se devalúen. Ante alguien de mayor patrimonio, fama o status, me sentiré inferior. Ante alguien de patrimonio, fama o status menores, me sentiré superior. El sentido de mi propia valía fluctúa constantemente. Carezco de todo sentido de la constancia, de la autoconfianza o de la personalidad. Constantemente trato de proteger y asegurar mis bienes, propiedades, seguridades, mi posición o mi reputación. Todos hemos tenido noticias de personas que se han suicidado después de perder su fortuna en la bolsa, o su fama en un revés político.

Centrarse en el placer. Otro centro común estrechamente asociado con las posesiones es el de la diversión y el placer. En nuestro mundo, la gratificación instantánea es algo muy publicitado y que está a nuestro alcance. La televisión y el cine son influencias importantes que acrecientan las expectativas de la gente; presentan de modo gráfico lo que otras personas tienen y pueden hacer mientras viven una vida fácil y «divertida».

Se describe gráficamente el esplendor de los estilos de vida centrados en el placer, es cierto, pero los resultados naturales de esos estilos de vida (los efectos en el interior de la persona, en la productividad y en las relaciones) casi nunca se presentan con fidelidad.

El placer inocente en grado moderado relaja el cuerpo y la mente, y promueve las relaciones familiares y de otro tipo. Pero el placer por sí mismo no ofrece ninguna satisfacción profunda o duradera, ni ningún sentido de la realización. La persona centrada en el placer, que siempre acaba aburriéndose con cada uno de los sucesivos niveles de «diversión», constantemente reclama más y más. De modo que el nuevo placer tiene que ser mayor y mejor, más excitante, con una «cima» más alta. Una persona en ese estado se vuelve casi enteramente narcisista, e interpreta toda su vida en los términos del placer que le proporciona aquí y ahora.

Demasiadas vacaciones que son demasiado largas, demasiado cine, demasiada televisión, demasiado tiempo invertido en los juegos electrónicos, demasiado ocio indisciplinado en el cual el individuo elige continuamente el camino del menor esfuerzo, son cosas Que erosionan gradualmente una vida. De ese modo, las capacidades de la persona permanecen adormecidas, el talento no se desarrolla, la mente y el espíritu se aletargan y el corazón sufre insatisfecho. ¿Dónde están la seguridad, la guía, la sabiduría y el poder? En el ex-remo inferior del continuum, en el placer de un instante fugitivo.

Vistos retrospectivamente, todos estos ejercicios de autosatisfacción parecen pura fantasía, lo que Pascal llamaba «lamer la tierra».

Centrarse en amigos o enemigos. En particular los jóvenes, pero no sólo ellos, tienden a centrarse en los amigos. La aceptación y la pertenencia a un grupo de iguales pueden tener una importancia casi suprema. El espejo social, distorsionado y cambiante, pasa a ser la fuente de los cuatro factores que sustentan la vida, creándose entonces un alto grado de dependencia respecto de los fluctuantes estados de ánimo, sentimientos, actitudes y conductas de los otros.

La amistad puede también centrarse exclusivamente en una sola persona de una manera comparable a algunas dimensiones del matrimonio, generando dependencia emocional respecto de un individuo, una espiral ascendente de necesidad/conflicto, y las interacciones negativas resultantes.

¿Y qué decir cuando es un enemigo el situado en el centro de la propia vida? La mayoría de las personas nunca piensan en ello, y probablemente ninguna lo hace conscientemente. Sin embargo, es muy común que la gente se centre en un enemigo, en particular cuando existe una interacción frecuente entre quienes se encuentran en un conflicto real. Cuando alguien siente que ha sido injustamente tratado por una persona emocional o socialmente significativa, es muy fácil que se obsesione con esa injusticia y convierta a la otra persona en el centro de su vida. En lugar de conducir proactivamente su existencia, la persona centrada en el enemigo reacciona con contra dependencia a la conducta y las actitudes de un enemigo percibido.

Muchas personas divorciadas caen en una pauta semejante. Todavía las consume la ira y la amargura, y la ansiedad por justificarse con respecto al ex cónyuge. En un sentido negativo, todavía están psicológicamente casadas; cada una de ellas necesita de los defectos de su ex pareja para justificar sus acusaciones.
Muchos «niños grandes» atraviesan la vida odiando secreta o abiertamente a sus padres. Los culpan por su comportamiento pasado, su desatención o favoritismo, y centran su vida adulta en ese odio, siguiendo las estipulaciones del guión reactivo y justificador que lo acompaña.
El individuo centrado en amigos o enemigos no tiene una seguridad intrínseca. Su sentimiento de los propios méritos es volátil, está en función de los estados emocionales o de la conducta de otras personas. La guía proviene del modo en que percibe que responderán los otros, y la sabiduría está limitada por la óptica social o por una Paranoia centrada en el enemigo. El individuo no tiene ningún poder. Otras personas manejan los hilos.

Centrarse en la Iglesia. Creo que toda persona seriamente prometida con una Iglesia reconocerá que la asistencia a las reuniones no es sinónimo de espiritualidad personal. Hay quienes se obsesionan tanto con el culto y los proyectos de la Iglesia que pierden sensibilidad ante las apremiantes necesidades humanas que los rodean, con lo cual contradicen los preceptos mismos que creen profesar profundamente. Otros acuden a la iglesia con menos frecuencia, o no van en absoluto, pero sus actitudes y conducta reflejan una concentración más genuina en los principios básicos de la ética judeo-cristiana.

He participado durante toda mi vida en grupos de servicios comunitarios y relacionados con iglesias, y sé que acudir a la iglesia no necesariamente significa que se vivan los principios que se enseñan en esas reuniones. Se puede ser miembro activo de una Iglesia, pero inactivo en la práctica de su evangelio.

En la vida centrada en la Iglesia, la imagen o apariencia puede pasar a ser la consideración dominante en la persona, lo cual conduce a una hipocresía que socava la seguridad personal y el merecimiento intrínseco. La guía proviene de una conciencia moral social, y la persona centrada en la Iglesia tiende a etiquetar artificialmente a los otros como «activos», «inactivos», «liberales», «ortodoxos» o «conservadores».

Como la Iglesia es una organización formal constituida por políticas, programas, prácticas y personas, por sí misma no puede otorgar a nadie una seguridad o unos sentimientos de valía intrínsecos profundos y permanentes. Vivir en concordancia con los principios que se enseñan en la Iglesia sí puede hacerlo, pero la organización por sí sola, no.

Tampoco puede la Iglesia proporcionar una guía constante. Las personas centradas en la Iglesia suelen tender a vivir en compartimientos, actuando, pensando y sintiendo de cierto modo el domingo, y de modos totalmente distintos el resto de la semana. Esa falta de totalidad, unidad o integridad constituye una amenaza adicional a la seguridad, que crea la necesidad de una mayor etiquetación y auto-justificación.

Cuando se ve la Iglesia como un fin y no como un medio, quedan minados la sabiduría y el sentido del equilibrio. Aunque la Iglesia pretende impartir enseñanzas sobre la fuente del poder, no pretende ser ese poder en sí mismo. Sostiene que es un vehículo través del cual el poder divino puede canalizarse en la naturaleza del hombre.

Centrarse en uno mismo. Tal vez el centro más común en nuestros días sea la propia persona. La forma más obvia es el egoísmo, aunque viola los valores declarados de la mayoría de nosotros. Pero si consideramos estrechamente muchos de los enfoques populares del desarrollo y la autorrealización, a menudo encontramos en su núcleo la concentración en uno mismo.

En el limitado centro de uno mismo hay poca seguridad, guía, sabiduría o poder. Por otro lado, si se presta atención al desarrollo del propio ser dentro de la perspectiva más amplia del perfeccionamiento de la capacidad para servir, producir y realizar contribuciones de modo significativo, entonces se establece un contexto para el fortalecimiento espectacular de los cuatro factores que sustentan la vida.

Éstos son algunos de los centros más comunes a partir de los cuales la gente enfoca la vida. Suele ser mucho más fácil reconocer el centro en la vida de otro que verlo en la propia. El lector probablemente conozca a alguien para quien lo más importante sea ganar dinero. Probablemente conocerá a alguien que dedique su energía a justificar su posición en una relación negativa en curso. Si se presta atención, detrás de las conductas puede verse el centro que las crea.

 Ver capítulos anteriores del Taller de Autoestima
Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 175 Volumén 2: Empezar Con un Fin en la Mente