Ley de Atracción: Paso 2: Sí, eso si quiero

Ley de Atracción: Paso 2: Sí, eso si quiero



"A donde ponemos nuestro sentimiento ahí está nuestra energía."
Paul Duffy


Una vez que hemos aprendido que el empleo constante de nuestros "no quiero" es lo que rige la mayor parte de nuestra vida, tratemos de entender lo que son realmente los "quiero" y qué podemos hacer con ellos cuando los hayamos descubierto. Suena tonto, ¿verdad? Todos saben lo que desean en la vida, desde luego. Entonces si el mismísimo Dios se les apareciera frente a ustedes y les ofreciera concederle un deseo, sabrían de inmediato que decir, ¿verdad?


¡Pues no! Los "quiero" son los más temibles malentendidos y descuidados elementos de toda la raza humana, y yo podría apostar que para la mayoría de la gente el sólo pensar en ellos resulta aún más aterrador que el sillón de un dentista al que se le han terminado los anestésicos.

Pero antes de que nos adentremos en el inquietante campo de los "quiero", es importante que entendamos qué provoca alegría y pasión en nuestras vidas, y hace a la vida digna de vivirse. De manera extraña, lo que nos da felicidad es precisamente aquello que pensamos que más nos gustaría evitar, o sea, lo opuesto. Gustos y disgustos, queremos y no queremos.

Aunque esta lógica parezca insólita, sin los opuestos probablemente nos volveríamos locos. Para ilustrar mejor este concepto tan complicado, ven a volar conmigo en un viaje imaginario sobre un pueblo ficticio, en un planeta también ficticio llamado Similitud.

No, gracias, Similitud

Está ahí, justo debajo de nosotros. El área es muy parecida a la de cualquier lugar de la Tierra. El mismo tipo de terreno, la misma clase de gente, lo mismo de todo. Todo parece idéntico a lo que hay en nuestro planeta, excepto por una espantosa condición, todo es gris: el panorama, los edificios, los automóviles  los animales, los cuerpos. Todo es del mismo color, ¡hasta del mismo tono! La gente no parece tener ningún entusiasmo, porque todo a su alrededor es lo mismo, no hay en su vida reto alguno, ni cargas, ni obstáculos, ¡no hay contrastes!

¿Notas la indiferencia ante la gente? ¡No la hay! Es debido al aburrimiento, y es agobiante. ¡Con razón! En Similitud nadie tiene que tomar decisiones, porque todas llevan al mismo resultado  Ninguna pareja es diferente de otra, todos los empleos tienen el mismo nivel de estímulo y... ¿Ya has visto suficiente  La escena parece lo más cercano al infierno que lo que pudiéramos imaginar.

¿A quién le gustaría vivir en un lugar así? ¿Qué caso tendría  No habría nada que superar, nada que desear, no habría diferencias que apreciar, nada que inspirara entusiasmo. Simplemente un lugar de aburrimiento infinito, que es precisamente lo que venimos a evitar en este planeta Tierra. Venimos a buscar diversidad y diferencias. Venimos, extrañamente, por el contraste, por los opuestos. Eso es lo que nos ofrece nuestro tridimensional planeta Tierra  un cuerno de la abundancia de alternativas y opciones, un campo de entrenamiento para ayudamos a determinar qué cosas no nos gustan, para que podamos dar vuelta a la situación y -¡afortunadamente!- para crear el tipo de cosas que nos gustan. Como ha dicho alguien: si el único helado que hubiera fuera de vainilla, la vida sería bastante aburrida.

Así que tenemos opciones, muchísimas alternativas entre las cuales elegir, que nos ofrecen las oportunidades de vivir y disfrutar de todo cuanto deseemos en este mundo de la abundancia  pero, también, tenemos la oportunidad de descubrir cuánta tortura y privación estamos dispuestos a soportar, antes de permitir que esos deseos formen parte de nuestra vida.

Reconozcámoslo: somos verdaderos expertos en cuanto a identificar lo que nos disgusta, pero no somos lo suficientemente hábiles como para permitirnos identificar con exactitud lo que realmente, realmente, queremos, de modo que podamos atraer esas cosas hacia nuestra vida, por el mero gusto de tenerlas.

La vida estaba destinada a ser: "No me gusta esto, sí me gusta esto otro"; en cambio, se convirtió en: "N o me gusta eso, pero supongo que tengo que soportarlo". Entonces nos retorcemos  nos enfurecemos, protestamos y nos quejamos de todo a lo que nos hemos resignado, lo cual, por supuesto, nos mantiene más adheridos al centro' mismo del lugar donde no queremos estar.

Así que, ¿qué quieres? ¿Lo sabes? ¿Te atreves a soñar? ¿Te atreves a desear? ¿Te atreves a dejar que tu imaginación (el don más divino y poderoso de la raza humana) se desplace por la fantasía? ¿Qué quieres? ¿Qué es lo que quieres, real y sinceramente?

La tortura de desear

Cuando retrocedemos humildemente al principio de que todo en nuestra experiencia proviene de nuestro enfoque y de cómo nos hemos estado sintiendo, quizá resulte natural que pensemos: "Bueno, querer tal vez esté muy bien para otros, pero yo no voy a empezar a soñar despierto de ese modo, a estas alturas. Mi vida marcha bien, la voy pasando. Así que, ¿por qué ahora debo exponerme a más desilusiones?".

Vemos todas las cosas que nos gustaría tener, pero que no tenemos; todos los lugares en los que nos gustaría estar, pero en los que no estamos; las escaleras que nos hubiera gustado ascender, pero por las que no subimos. Cuando muy pocas de las cosas que nos hubiera gustado tener y hacer han aparecido en nuestra vida, como si hubiéramos elegido deliberadamente que nada de lo que nos gusta sucediera, nos preguntamos: "¿Por qué empezar a querer ahora?". Empleamos aquel viejo dicho de: "Entre más quiero, menos obtengo", junto con el otro lado de la misma moneda que dice: "Claro que tengo muchos deseos y muchos 'quiero', pero de ningún modo pero conseguirlos ahora". Es triste decirlo, pero nos han "lavado el cerebro" para hacernos creer que la mayor parte de los "quiero" no sólo son egoístas y autocomplacientes, sino absurdamente imposibles.

¿Recuerdas cuando estabas en tercero o cuarto año de primaria  Entonces no sólo ya tenías edad suficiente para entender las desilusiones y reconocer el dolor que causaban, sino que ya eras un experto veterano en evitar esos sentimientos. Descubriste a edad temprana que cuanto más querías una cosa, con mayor intensidad sufrías por el dolor de no tenerla. Probablemente sólo dejaste de querer, a menos, desde luego, que tuvieras la absoluta seguridad y garantía de que tus "quiero" se materializarían.

Aun antes de eso, cuando eras un pequeño que empezaba a caminar y disfrutaba explorar, te dirigiste tambaleante hacia el brillante florero en el mueble de la televisión y te gritaron  ¡No, no, eso no se toca!" No sólo una vez, ni un centenar de veces, sino unas sesenta mil veces (según dicen los investigadores), durante un periodo de tres años; te dijeron: "¡No, niño malo, eso que quieres no es tuyo!". Para cuando cum­pliste cuatro años, lo pensabas muy bien antes de querer mucho algo. Querer equivalía a ser "malo". Y eso no termina con los primeros años: "no" a esto, "no" a aquello, "absolutamente no" a lo de más allá..., parece que todo esto fue lo que escuchaste durante tu crecimiento.

Para cuando llegaste a la preparatoria, te resultaba muy difícil desear realmente algo que fuera más allá de lo socialmente aceptado, como adquirir tu primer auto, asistir al baile de graduación y conseguir trabajo por horas mientras estabas en la universidad. Y que no se te ocurriera desear conocer el mundo mientras encontrabas algo mejor que hacer. Ni se te ocurriera convertirte en millonario al año siguiente. "¡Ridículo! ¡Deja de estar en las nubes!". Así que la mayoría de nosotros hacemos nuestros anhelos a un lado, mientras penetramos en los dogmáticos "deberías" y "tienes que" de la vida adulta.

Hemos asimilado el gran dogma que afirma: cuanto más queremos algo que no está en el "libro de reglas de la sociedad , lo más seguro es que no lo consigamos. Soñamos, pero nuestros sueños nunca se hacen realidad. Soñamos un poco más, pero no pasa nada. Pronto nos inclinamos ante la ficticia verdad de que soñar en algo, o querer algo fuera de lo normal (y con frecuencia, hasta dentro de lo normal), no es algo que esté bien visto. Cuanto más lo queremos, peor nos sentimos por no obtenerlo.

Finalmente, a excepción de los pequeños sueños, los que sabemos que son prudentes y accesibles, al paso de los años cejamos de soñar completamente. Y ahí nos quedamos: en el desolado santuario de Similitud, protegidos por la creencia errónea de que si soñamos poco, y no sucede nada, no saldremos demasiado lastimados. ¡Santo cielo, qué forma de vivir hemos escogido!

Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capitulo 95: Ley de Atracción, Eso sí! -Volumén 2