Solo hay un límite, el que tú te pones

Solo hay un límite, el que tú te pones


Desde niño, una de mis alegrías ha sido siempre contemplar el cielo estrellado.

Viví hasta los treinta años entre el mar y las montañas. Y tanto en el mar, como en lo alto de una montaña, el cielo tiene una grandeza especial.

Tanto me gustaba mirar aquel inmenso mar de estrellas que conocía la mayor parte de las que se podían ver a simple vista.

Conocía las constelaciones y su movimiento en cada estación del año. Las veía retornar, con precisión extraordinaria, cada una a su lugar y a su debido tiempo. Recuerdo cuando empecé a interesarme por todo ese universo lleno de misterios y abierto siempre a nuevas conquistas.

Habíamos acampado en las montañas que separan España de Francia, en la Cordillera de los Pirineos.

Era un lugar maravilloso, cerca de una presa entre dos valles famosos: Salazar y Roncal.

La noche estaba estrellada, como hace mucho tiempo no he visto otra igual.

Todas las noches nos reuníamos alrededor de la hoguera y allí cada uno hablaba de lo que sabía. Hablábamos de todo, reíamos, cantábamos... Es una experiencia que sólo se comprende cuando se pasa por ella: Experiencia profunda de contacto con la naturaleza, con la vida, con la abundancia, con lo ilimitado del macrocosmos o del microcosmos. No hay límites, a no ser los que nosotros mismos pongamos.

Cuando no somos capaces de avanzar más, en vez de reconocer que otros saben, tal vez, más que nosotros, sencillamente negamos realidad a lo que no entendemos considerándolo absurdo o imposible. 

Aquella noche, el responsable del grupo, al reunirnos nos dijo: Hoy vamos a comenzar nuestro encuentro con la hoguera apagada. Vamos a contemplar el cielo.

Nos sentamos sobre la hierba en un hermoso claro, entre la presa y el bosque, y empezamos a mirar el cielo.

Era una noche de gran nitidez, como he visto pocas. Miles de estrellas nos miraban, e imagino, sonreían viendo nuestros rostros de admiración.

¿Veis esas estrellas? Son cientos de veces mayores que la tierra, cientos de veces mayores que el propio sol.

Si me prometéis silencio, os contaré algunas de las maravillas del universo.

Nos acomodamos rápidamente. En un momento, se podía oír hasta el silencio que acabábamos de hacer.

Mirad el cielo ¿alguien puede contar las estrellas que ve? Mirándolas, los antiguos imaginaban cosas que conocían aquí, en la Tierra: animales, carruajes... y así agruparon las estrellas en constelaciones a las que dieron nombres como Toro, León, Osa Mayor y Menor...

Pero aunque veamos tantas estrellas, las que vemos son poquísimas comparadas con las que existen. Por ejemplo... ¿estáis viendo aquellas? Son las que forman la constelación Gemelos. Sólo conseguimos ver seis. Pero si usáramos un telescopio y focalizásemos esa área de la constelación Gemelos veríamos más de tres mil estrellas.

¿Y aquella nebulosa que parece un camino blanco? Da la impresión de una tenue zona de niebla, pero si la observamos con el telescopio lo que vemos es un inmenso enjambre de estrellas que brillan más que el Sol. Son millones y millones de estrellas. Añadamos a ellas las que estamos viendo en el cielo entero. Todas juntas no son sino una muestra de una galaxia, de nuestra galaxia, que se desliza por el espacio acompañada en perfecta armonía, por miles de galaxias iguales o mayores que ella.

¿Y la Tierra, que nos parece tan grande? ¿Donde está? ¿Qué representa? Es un pequeño planeta de una pequeña estrella a la que hemos dado el nombre de Sol y que forma parte de una constelación.

La tierra es 1.300.000 veces menor que el Sol. ¿Y las distancia? El Sol está a 149.489.000 Kms de la Tierra... Para que os hagáis una idea de lo que esto significa, si viajásemos en línea recta, en un tren, a 100 Km/hora, sin parar un instante, llegaríamos al Sol después de 170 años.

¿Y la estrella más cercana a la Tierra? Es la estrella Alfa, de la constelación de Centauro. Su distancia es 260.000 veces mayor que la distancia entre la Tierra y el Sol.

Esto quiere decir que la distancia entre la Tierra y la estrella alfa, en kilómetros, es 260.000 multiplicado por 149.489 Km.

A esta altura yo ya me había perdido en los números y no escuchaba más. Lo único que sentía, y esto con fuerza, era que formaba parte de un universo ilimitado de posibilidades, de un universo que, para nuestro modo de ver, es infinito, porque nunca, por más que lo desvelemos, llegaremos a agotarlo, nunca llegaremos a sus límites.

Formamos parte de un universo ilimitado.

Jamás me olvidaré de aquella noche.

Decidme: ¿El que hizo toda esa maravilla pudo tener la intención de poner límites a las cosas? Todo en la naturaleza es abundancia. Nuestra mente tiene el poder de crear todo lo que es capaz de imaginar, creer y desear. 
   
EDUCADOS PARA LA LIMITACIÓN
Desgraciadamente somos educados para la limitación.

Pero ¿Por qué? Porque nuestros padres también lo fueron, así como lo fueron nuestros abuelos...

Es hora de pensar, de usar nuestra creatividad, de cambiar.

Piensa un poco. Ya en tiempos remotos, los que detectaban el poder, no queriendo perderlo, se valían de todos los medios para controlar sin muchas complicaciones a la mayoría.  

A través de las instituciones oficiales se iban colocando en las mentes ideas de limitación que acababan reduciendo la vitalidad y la energía.

Antiguamente, esto se hacía de una forma más directa.

Hoy se hace de un modo más sutil. De cualquier manera, la intención continua siendo la misma: limitar para controlar.

Universidades que deberían estar abiertas a todo lo que pudiese ser una respuesta a las transformaciones, no pasan, a veces, de defensoras de conceptos ya superados.

Religiones que deberían abrirse a mundos de riqueza infinita, pues Dios es infinito, nos limitan constantemente con ideas como: No valemos nada; somos todos pecadores y no podemos ser otra cosa, pues nacemos del pecado... Dios ama de manera especial al pobre... !Ay de los ricos!... Debemos tener resignación.

!El mundo se va a acabar!...

!Qué interesante! En verdad, pobre y rico no significan tener o no tener, sino mezquindad o corazón abierto y generoso que por amar la vida la multiplica y se complace en ella.

Un día Jesús contó una parábola muy sugestiva, la parábola de los talentos. Leed con atención su conclusión: "A quien tiene más, se le dará más. Al que tiene menos se le quitará incluso lo poco que tiene".

¿Habéis pensado alguna vez en eso? Parece que tenemos aquí algo diferente de aquella idea de pobre y rico, de tener y no tener.

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Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 269 Volumén 2: ¿Quién Eres Tú?