Todos somos uno

Todos somos uno


"Las religiones desaparecerán con la felicidad de los hombres."
Raymond Queneau



Para mejor comprensión de éste capítulo recomiendo leer previamente los capítulos 197, 198 y 199.

TODOS SOMOS UNO 

Caminaba por la vieja carretera que iba paralela al valle hacia el oeste, me abría paso a través de las matas de salvia que me llegaban hasta el pecho, todavía mojadas por la helada matinal. Busqué en el resplandor del alba y pude ver a alguien que se dirigía hacia mí. Pude ver que se trataba de Joseph.

Nos encontrábamos al borde de un valle de más de 50.000 hectáreas de una salvia especialmente aromática; Joseph se detuvo y respiró profundamente.

-Todo este campo -empezó- hasta donde alcanza nuestra vista, actúa como una sola planta. - Hay muchos arbustos en este valle -prosiguió- y cada planta está unida a las otras mediante un entramado de raíces que no podemos ver. Aunque ocultas a nuestros ojos, las raíces están ahí, debajo del suelo. Todo el campo es una familia de salvia. Como en toda familia -explicó- la experiencia de un miembro es compartida en cierto grado por todos los demás.

Escuchaba lo que Joseph me decía. ¡Qué hermosa metáfora!, pensé, sobre cómo estamos interconectadas las personas a través de la vida. Aunque podamos ver muchos cuerpos que creemos que son extraños, que viven vidas independientes y que no están relacionadas, hay un hilo de conciencia que nos une formando una familia. Estamos conectados mediante un sistema invisible. Sin embargo, la conexión existe como lo que algunos han denominado «mente universal»: el misterio de nuestra conciencia. Al igual que las plantas de salvia, todos estamos relacionados durante nuestro viaje por este mundo. En el plano de la conciencia, todos somos uno. A veces los grandes misterios de la vida se aclaran sólo cuando dejamos de pensar en ellos. Aunque podamos conocer la información en nuestra mente, el significado de un misterio se ha de sentir antes de poder vivirlo. En la inocencia del momento, compartir la experiencia de otra persona se convierte en un catalizador que despierta una nueva comprensión dentro de nosotros mismos. Ahora sé por qué.

Con frecuencia pienso en ese mañana, admirado por la elocuente simplicidad con la que Joseph describía la relación entre las plantas de salvia. Además de comprender de qué modo están conectadas, la explicación de Joseph también describió las posibilidades de semejante relación. Por ejemplo, cuando un área de salvia desarrolla una tolerancia a un insecto o a un producto químico en particular, toda la familia demuestra la misma tolerancia. La clave es que muchas se benefician de la experiencia de unas pocas. Los últimos estudios sobre el efecto de la oración masiva -muchas personas enfocadas en un tema en común- confirman relaciones similares en la conciencia humana.

Casi universalmente, las antiguas tradiciones creen que la relación entre nuestro mundo cotidiano y nuestro mundo interno de la conciencia es todavía más profunda. Ver nuestros cuerpos y la Tierra como espejos que se reflejan el uno al otro, nos indica que los extremos que vemos en uno se pueden considerar como metáforas para los cambios dentro del otro. Esta forma de pensamiento relaciona los patrones destructivos del tiempo y de las tormentas, por ejemplo, con el estado de conciencia inestable de las personas donde tienen lugar esos fenómenos.

Si estas relaciones existen, entonces, quizá por primera vez podamos mirar en el siglo XXI con un nuevo sentido de confianza. Más allá de las antiguas profecías sobre una tercera guerra mundial y de las predicciones de catastróficas pérdidas de vidas y del caos de final, el antiguo secreto de la oración de 2.500 años, (explicada en el capítulo 197 “La Tecnología de la Oración”), puede suponer una extraordinaria oportunidad para definir nuestro tiempo de un modo que sólo hemos visto en sueños. En lugar de protegemos contra los acontecimientos que pensamos que tienen poder sobre nosotros, podemos elegir las condiciones que afirman la vida, que trascienden la enfermedad y el sufrimiento, y la guerra en nuestro futuro.

TEMPLOS SUAVES
Las nuevas traducciones de los documentos esenios de las cuevas del mar Muerto ilustran el conocimiento de los maestros de cómo veían nuestro cuerpo como un punto de convergencia a través del cual se unen las fuerzas creativas para expresar la voluntad de Dios. Por esta razón, consideraban el cuerpo como un lugar sagrado, un suave y vulnerable templo para nuestra alma.

Dentro de nuestro cuerpo-templo es donde las fuerzas del cosmos se unen como una expresión de tiempo, espacio, espíritu y materia. Más concretamente, dentro de la experiencia del tiempo y del espacio es donde el espíritu trabaja a través de la materia para realizar la máxima expresión de honrar la vida.

En un informe de la tercera conferencia anual de la International Society for the Study of Subtle Energies and Energy Medicine [Sociedad Internacional para el Estudio de las Energías Sutiles y para la Medicina Energética], los científicos han demostrado que la fuerza invisible de la emoción cambia realmente la molécula física del ADN. El estudio basado en rigurosas pruebas con personas capaces de controlar sus emociones, así como con un grupo de control sin ninguna formación especial, indicaba que «las personas entrenadas para generar sentimientos de amor profundo... eran capaces de provocar un cambio intencional en la conformación [forma] del ADN».

Cualidades emocionales específicas, producidas a voluntad, determinaron en qué grado y hasta qué extremo estaban enrolladas las dos cadenas de la molécula de la vida.

Este estudio es importante por una serie de razones. El modo en que nuestro bloque básico de desarrollo de la vida está configurado desempeña un papel importante en cómo se repara el ADN y reproduce en nuestros cuerpos. La pregunta respecto a qué es lo que determina la forma de la molécula del ADN sigue en pie. Estos informes, que confirman la larga sospecha de que la emoción afecta en gran manera a nuestra salud y calidad de vida, ahora nos demuestran, quizá por primera vez, que esta es el vínculo que faltaba, una línea directa de comunicación con el propio núcleo de la vida.

¿Podrían las referencias de los manuscritos del mar Muerto a una «tierra santa..., un lugar dentro de nosotros donde podemos construir nuestro sagrado templo», ser una descripción de las células de nuestro cuerpo? A fin de cuentas, este es el lugar donde la ciencia ha presenciado ahora el matrimonio entre el espíritu y la materia. Si es así, entonces cada célula dentro del templo de nuestro cuerpo es, por definición, lo más sagrado de lo más sagrado. ¡Cada célula ha de ser considerada sagrada! El momento en que nuestra tecnología nos permite presenciar al espíritu dando forma al mundo de la materia (la emoción dando forma al ADN), abrimos la puerta a una nueva era en la que reconocemos la relación entre nuestras creencias y nuestra experiencia.

Este conocimiento ha surgido de algo tan poco prometedor como unos textos de hace 2,300 años; ahora verificado con la ciencia del siglo XXI, puede ser considerado como una especie de «teoría biológica unificada». Esta teoría nos ofrece el mecanismo que hemos estado buscando durante mucho tiempo para describir nuestra relación con toda forma de vida. Todavía no tenemos nombre para esta visión renovada del mundo que trasciende la ciencia, la religión y las tradiciones místicas. Si evocamos las tradiciones indígenas de eras pasadas, las visiones de esta índole recuerdan las palabras que afirman los monjes del Tíbet. «Todos estamos conectados». «Todos somos expresiones de una vida... Todos somos lo mismo. »

UNA PUERTA MÁS ALLÁ DE LOS MUNDOS
Con el desarrollo de una tecnología avanzada suele surgir una ironía. Generalmente, cuanto más sencilla parece la tecnología al usuario, más complejos son los sistemas que hay detrás de las escenas que permiten tal simplicidad. Podemos ver un bello ejemplo de este concepto en nuestros ordenadores que funcionan con imágenes, y en nuestra tecnología de «señalar y cliquear», de muy fácil uso para cualquier persona.

Nuestra tecnología interna para acceder a la creación funciona de un modo similar. A medida que dominamos ciertas experiencias en nuestras vidas, son estas mismas experiencias las que nos abren las puertas a otros mundos y a posibilidades que tan sólo hubiéramos podido soñar en el pasado. Quizá sin tan siquiera ser conscientes del poder de sus escritos, los antiguos eruditos nos estén recordando que desde el momento de nuestro nacimiento somos conductos de la tecnología «fácil de usar», aunque altamente sofisticada, que transforma nuestro mundo. Las enseñanzas antiguas nos hablan de un lenguaje perdido y del olvidado poder que se encuentra en todos nosotros. Es este lenguaje silencioso el que nos permite convertirnos en puertas que traen las cualidades del cielo a la tierra. La sabiduría, la paz y la compasión que experimentamos en nuestros sueños, por ejemplo, se pueden convertir en la realidad de nuestro mundo al reflejar estas cualidades en nuestra vida cotidiana.

En un extracto de un texto esenio, se nos recuerdan las posibilidades de tal relación: «... Aquel que construya en la tierra el reino de los cielos..., morará en ambos mundos».

Nuestro perdido lenguaje de la oración es el puente que vincula los mundos del cielo y de la tierra. «Sólo a través de las comuniones... aprenderemos a ver lo invisible, a escuchar lo inaudible y a expresar lo que no se puede expresar con palabras.»

Tan engañosamente sencillas como nuestra más avanzada tecnología informática, las implicaciones de estos conceptos pre-cristianos afectan a nuestra vida de modos que jamás podríamos sospechar. Implican que todos participamos en el resultado de los acontecimientos globales, así como en la salud de nuestros cuerpos y en la calidad de nuestras relaciones. Unas veces somos conscientes de nuestra participación, otras no. En vista de esta comprensión, las referencias de hace siglos adquieren ahora un nuevo sentido y quizá mayor importancia. En el transcurso de nuestra época, mediante el control de nuestras elecciones, se nos invita a crear un mundo exterior que refleje nuestras plegarias y sueños más profundos.

MILAGRO DE LA ORACION
La ciencia occidental ya ha confirmado, al menos en cierto grado, que el mundo exterior de los átomos y de los elementos refleja nuestro mundo interior del pensamiento y de las emociones. ¿Puede ser tan fácil crear paz y cooperación en nuestro mundo como unirnos en oraciones conjuntas para ese mismo fin?

Durante cientos de generaciones, la oración como sistema de apoyo en tiempos felices así como en momentos de crisis ha desempeñado un papel fundamental en la vida de las personas, de las familias y de las comunidades. Cruzando las fronteras de la cultura, la edad, la religión y la geografía, el lenguaje silencioso de la oración quizá sea la costumbre más universal que compartimos como especie. Es casi como si en algún lugar oculto de nuestra historia colectiva quedara un recuerdo de este sagrado lenguaje que nos pone en contacto con las fuerzas invisibles de nuestro mundo y nos conecta a todos.

Quizá sean nuestras profundas y personales visiones sobre la oración las que han permitido que nuestra costumbre universal también se convirtiera en una fuente de discordia. Incluso hoy, que estamos entrando en los primeros años del tercer milenio, las emociones se encienden cuando la ciencia y la filosofía discuten sobre el poder de la oración. A los antepasados, a los pueblos indígenas de nuestro tiempo y a muchos padres de familia occidentales no les hace falta una prueba física del poder de la oración. Los que rezan han visto el resultado de sus oraciones durante generaciones sin necesidad de confirmación, medición o de lo que muchos hoy en día denominan pruebas científicas.

Para las personas que tienen fe, los milagros que tienen lugar en sus vidas son toda la prueba que necesitan. Para otras, sin embargo, es la capacidad de mensurar, documentar y verificar las maravillas de la vida lo que les ha permitido crear la tecnología que nos ha mantenido a salvo hasta este momento. Los dos caminos son válidos. Ambos nos permiten realizar las elecciones que definen nuestro futuro.

¿QUÉ ES LO QUE PODRÍA UNIR A TODAS  LAS PERSONAS?
Las masas de personas siempre me han fascinado. Al contemplar cientos de caras desde la soledad de un café de aeropuerto o de un banco al borde de una bulliciosa plaza de ciudad, muchas veces me he preguntado qué es lo que podría unir a todas las personas, independientemente de sus diversas ocupaciones, en un momento de paz y cooperación común. ¿Qué acontecimiento podría superar las diferencias físicas y las preocupaciones por la rutina diaria, para despertar el recuerdo de una historia común, que nos condujera a un futuro compartido en el único mundo que conocemos?

Hay una escuela de pensamiento que sugiere que como personas y naciones nos hemos alejado tanto entre nosotros y de nuestra Tierra que sólo una crisis de inmensas proporciones podría despertar nuestro recuerdo de unidad y renovar la posibilidad de cooperación. Curiosamente, parece que los momentos de adversidad extraen de nosotros nuestro más profundo conocimiento, que se manifiesta como nuestra mayor fortaleza, para triunfar sobre las penurias compartidas. Durante estos momentos, una meta común se antepone a cualquier diferencia de origen étnico, clase social o cultura.

La historia demuestra que los pueblos diversos tienden a unirse en momentos de crisis.

Terremotos en Japón, Huracanes en el Hemisferio Norte Americano, ventiscas heladas en Canadá, son ejemplos de la unión de personas de todas las procedencias y posiciones sociales se unen para ofrecer asistencia en los lugares donde más se necesitaba.

Puede que un escenario similar, quizás a escala global, sea lo que impulse esa fusión de nuestra tecnología interna de la oración, el pensamiento cuántico y el poder de la emoción humana. Una catástrofe natural, puede ser el catalizador para este tipo de cooperación.

ORACIÓN MASIVA Y SEMILLAS DE MOSTAZA
Además de las predicciones escritas de los antiguos profetas, las condiciones que preceden a un tiempo de grandes guerras se conservan en la tradición oral de muchos pueblos amerindios. Quizá los acontecimientos que preparan el camino para semejante tragedia estén mejor resumidos por el propio pueblo de la paz, los hopi. En una parte de su profecía nativa, los hopi nos recuerdan elocuentemente que cada vez que la humanidad se aparta de las leyes naturales que afirman la vida en este mundo, nuestras elecciones se reflejan en nuestra sociedad y en los sistemas naturales que nos rodean. A medida que el corazón y la mente de los seres humanos se separan tanto que se olvidan de su mutua existencia, la Tierra actúa para recordarnos nuestros mayores atributos.

«Cuando los terremotos, las inundaciones, los granizos, las sequías y las hambrunas se conviertan en algo habitual, habrá llegado el momento de regresar al auténtico camino.»

Además de ofrecer los signos de ese tiempo, las tradiciones de los hopi van aún más lejos, recomendando una forma de actuar que haga que el corazón y la mente de las personas vuelvan a alinearse con la Tierra.
Aunque engañosamente simple, la profecía nos recuerda que «cuando se utilicen la oración y la meditación en lugar de confiar en nuevos inventos que crean más desequilibrio, entonces también ellos [los seres humanos] hallarán el verdadero camino»

Las palabras de los hopi nos sirven de simples recordatorios del principio cuántico que afirma que para cambiar el resultado de los acontecimientos que ya están en curso, tenemos que cambiar nuestras creencias respecto al propio resultado. Al hacerlo, atraemos la posibilidad que coincida con nuestra nueva creencia y liberamos las condiciones actuales, incluso las que ya están en camino.

Los últimos estudios sobre los efectos de la oración aportan una nueva credibilidad a las antiguas proposiciones que sugerían que podríamos «hacer algo» respecto a los horrores de nuestro mundo, tanto en el presente como en el futuro. Estos estudios se suman a un creciente número de pruebas, que indican que las oraciones con un propósito, especialmente las que se realizan a gran escala, tienen un efecto predecible y verificable sobre la calidad de vida en el momento de la oración. Hay una serie de estudios, apoyados en datos estadísticos sobre los cambios producidos en la vida cotidiana cuando se estaban ofreciendo oraciones, como es el caso de delitos específicos y accidentes de tráfico, que han demostrado que existe una relación directa entre las oraciones y las estadísticas. En las épocas en que se reza, las estadísticas bajan. Cuando las oraciones terminan, los datos estadísticos vuelven a subir hasta los niveles anteriores.

Los científicos sospechan que la relación entre la oración masiva y la actividad de las personas en las comunidades se debe a un fenómeno que se conoce como el efecto de campo de la conciencia. Al igual que la descripción de Joseph sobre la salvia, en que la experiencia de una planta afecta a todo el campo, los estudios con muestras específicas de la población parecen confirmar esta relación. Dos científicos, que se considera que han desempeñado un papel primordial en el desarrollo de la psicología moderna, hicieron referencia claramente a tales efectos observados en los estudios, hace casi cien años.

En un ensayo publicado originalmente en 1898, por ejemplo, William James sugiere que «existe un continuo de conciencia que une a las mentes individuales, que se podría experimentar directamente si el umbral psicofísico de la percepción se bajara lo suficiente mediante el refinamiento del sistema nervioso». El ensayo de James era una referencia moderna a una zona de la conciencia, dentro de un plano de la mente universal, que se encuentra en toda forma de vida. Al usar las cualidades específicas del pensamiento, el sentimiento y la emoción, podemos conectar con esta mente universal y compartir sus beneficios. El propósito de muchas oraciones y técnicas de meditación es precisamente alcanzar esa condición.

En el lenguaje de su tiempo, las antiguas enseñanzas nos indican que existe un campo de conciencia similar, al que se puede acceder por métodos parecidos. La tradición védica, por ejemplo, habla de un campo de «conciencia pura» unificado que impregna toda la creación. En estas tradiciones, nuestras experiencias del pensamiento y de la percepción son contempladas como obstáculos, interrupciones en lo que de otro modo sería un campo inmutable. Al mismo tiempo, gracias a nuestra práctica de dominar la percepción y el pensamiento podemos hallar la conciencia unificadora como individuos o como grupo.

Aquí es donde la aplicación de tales estudios resulta crucial en nuestros intentos por conseguir la paz mundial. Si vemos el conflicto, la agresión y la guerra en el mundo exterior como indicativos de estrés en nuestra conciencia colectiva, entonces el alivio del estrés colectivo también eliminaría las tensiones globales. Según Maharishi Mahesh Yogui, fundador de la Meditación Trascendental (MT), «Todos los actos de violencia, negatividad, crisis conflictivas o problemas en cualquier sociedad no son más que una expresión del aumento del estrés en la conciencia colectiva. Cuando el nivel de estrés es lo suficientemente alto, estalla una gran escalada de violencia, guerra y sublevación civil, para lo cual se requiere la intervención militar». La belleza del efecto de campo es que cuando se alivia el estrés en un grupo, los efectos se registran fuera del mismo, en un área aún mayor. Este es el pensamiento que condujo a estudiar los efectos de la meditación y oración practicada por grandes grupos de personas durante la guerra israelí-libanesa a principios de los ochenta.

En el mes de septiembre de 1983, se realizaron estudios en Jerusalén para explorar la relación entre oración, meditación y violencia. Aplicando las nuevas tecnologías para probar una antigua teoría, colocaron a personas que habían practicado las técnicas de la MT, consideradas por los investigadores sobre la oración como un modo de oración, en lugares estratégicos dentro de Jerusalén durante el conflicto con Líbano. La finalidad del estudio era determinar si la reducción del estrés en esos lugares concretos se reflejaría en un descenso de la violencia y de la agresividad a nivel regional.

Los estudios de 1983 eran posteriores a otros experimentos que indicaban que bastaba con que un uno por ciento de una población practicara formas unificadas de oración y meditación por la paz para que se redujera el índice de criminalidad, accidentes y suicidios. Los estudios realizados en 1972 demostraron que  24 ciudades estadounidenses, cada una de ellas con poblaciones de más de diez mil personas, experimentaron una reducción estadísticamente comprobable de la delincuencia cuando tan sólo un uno por ciento (cien personas por cada diez mil) de la población participó de alguna forma en la práctica meditativa. Esto se conoció como el «efecto Maharishi».

Para determinar de qué modo ciertas formas de meditación y de oración podrían influir en la población general en el estudio israelí, la calidad de vida se definió mediante un índice estadístico basado en el número de incendios, accidentes de tráfico, delitos, fluctuaciones en el mercado de valores y en el estado de ánimo de la nación. En el momento álgido de los experimentos, 234 participantes meditaron y oraron, una mínima fracción de la población de todo Jerusalén. Los resultados del estudio mostraron una relación directa entre el número de participantes y el descenso de la actividad en las distintas categorías de la calidad de vida. Cuando el número de participantes era elevado, el índice de incidencias en las categorías citadas descendía. Los crímenes, incendios y accidentes aumentaron cuando el número de personas que oraba se redujo. 18

Estos estudios demostraron una alta correlación entre el número de personas que oraban y la calidad de vida en los lugares vecinos. En estudios similares llevados a cabo en centros urbanos importantes de Estados Unidos, India y Filipinas, se observaron correlaciones semejantes. Los datos de estas ciudades entre 1984 y 1985 confirmaron descensos en los índices de delincuencia que «no podían ser debidos a tendencias o ciclos de criminalidad, o a cambios en las políticas o procedimientos policiales».19

LA COSECHA ES COPIOSA, AUNQUE ESCASOS LOS LABRADORES 
Durante siglos, profetas y sabios han sugerido que si una décima parte de un uno por ciento de la humanidad colaborara en un esfuerzo unificado, se podría cambiar la conciencia del mundo entero. Si esas cifras son exactas, entonces un número sorprendentemente reducido de personas podría plantar las semillas de grandes posibilidades. En estos momentos se calcula que la población del planeta asciende a aproximadamente seis mil millones de habitantes; un uno por ciento de nuestra familia global serían sesenta millones de personas, y una décima parte de ese número, alrededor de seis millones. Seis millones de personas representan escasamente tres cuartos de la población de Los Ángeles.

Aunque estas estadísticas puedan representar un número óptimo para producir un cambio, ¡los estudios de Jerusalén y de otros grandes centros urbanos dan a entender que las cifras para iniciar semejante cambio pueden ser aún menores! Los estudios indican que los primeros efectos de la meditación u oración masiva fueron observables cuando el número de participantes en las oraciones era superior a la raíz cuadrada del uno por ciento de la población.20 ¡En una ciudad de un millón de personas, por ejemplo, este valor representa sólo cien personas!

Aplicar los descubrimientos localizados en las ciudades donde se han realizado las pruebas a una población mayor a escala mundial, puede suponer la obtención de poderosos e inesperados resultados. ¡La raíz cuadrada de un uno por ciento de la población del planeta, que representa sólo una fracción de los cálculos antiguos, supone únicamente una cifra inferior a ocho mil personas! Con la llegada de Internet y las comunicaciones informatizadas, organizar meditaciones u oraciones coordinadas que sean seguidas por un mínimo de ocho mil personas es bastante viable. Como es natural, esta cifra representa sólo el mínimo requerido para que empiece el efecto, una especie de umbral. Cuanto mayor sea el número de participantes, más se acelerará el efecto. Estas cifras nos recuerdan las antiguas admoniciones en las que nos decían que unas pocas personas pueden provocar un cambio en el mundo.

Quizás esta sea la «semilla de mostaza» de la parábola que Jesús utilizó para demostrar la cantidad de fe requerida a sus seguidores. Respecto a esta fe, en el Evangelio Q se nos recuerda que «la cosecha es copiosa, aunque escasos los labradores».` Con las pruebas de semejante potencial, ¿cuáles son las implicaciones de dirigir este poder colectivo hacia los grandes retos de nuestro tiempo? Quizá ya hayamos presenciado el efecto de estas elecciones globales en ejemplos como la oración por la paz la víspera de la acción militar contra Iraq en el mes de noviembre de 1998.

PENSAR LOS PENSAMIENTOS DE LOS ÁNGELES
Eruditos, investigadores y científicos han identificado las condiciones que creen que precipitarían desastres de proporciones catastróficas bien entrado el siglo xxi. Una combinación de política, cambio social y patrones climáticos destructivos ya se han cobrado las vidas de cientos de miles de personas, principalmente mujeres y niños, a finales del siglo XX. Aunque se están realizando esfuerzos bienintencionados para aliviar las condiciones actuales, estos en el mejor de los casos han dado resultado sólo temporalmente.

Necesitamos una nueva forma de pensamiento. Parece que hemos alcanzado un momento crítico en la evolución de los Gobiernos y de las naciones, cuando el patrón de las exigencias seguido de la fuerza sencillamente no funciona como antes, ni tan siquiera como hace cincuenta años. Para cambiar las situaciones que propician la guerra, la opresión y el sufrimiento de las masas, hemos de cambiar la forma de pensar que ha permitido que aquellas se produjeran.

Vivimos en un mundo de consentimiento colectivo. Las condiciones que propician la guerra y el sufrimiento a gran escala reflejan los elementos que hacen posibles tales condiciones a pequeña escala. Una veces conscientemente y otras no, consentimos expresiones de la voluntad de nuestro grupo de modos que jamás habríamos sospechado. En planos en que ni siquiera somos conscientes, nuestros pensamientos, actitudes y acciones diarias entre nosotros, contribuyen a las creencias colectivas que aceptan las guerras y el sufrimiento en el mundo.

Por ejemplo, la creación de una mentalidad bélica de estar a la espera y prepararse para el conflicto en nuestro internacional mundo sólo puede suceder si permitimos este tipo de conflictos en nuestra vida personal. En la medida en que vivimos episodios individuales de adoptar una «actitud defensiva» en los romances o en las relaciones personales, de «burlarnos» de los demás en la escuela y de crear estrategias para «estar por encima» de nuestros compañeros de trabajo y de la competencia, la física cuántica nos recuerda que estas expresiones individuales de nuestras vidas preparan el camino para expresiones similares, de magnitud muy amplificada, en otro tiempo y lugar. Para conocer la paz en nuestro mundo, hemos de convertirnos en paz. Desde la perspectiva cuántica, no tiene mucho sentido empujar a los demás con impaciencia para poder aparcar, o ir haciendo maniobras salvajes de adelantamiento o cerrando el paso a otros vehículos, en nuestra desenfrenada carrera por la ciudad para asistir a un mitin en pro de la paz mundial.

Alguien me pregunto que porqué no, si tiene tanto poder la oración y más aún la oración colectiva, organizar una vigilia y utilizar el poder de la oración para provocarle un ataque al corazón a algún dictador responsable de problemas en alguna parte del mundo.

--Quitar la vida a un líder político, aunque sea para detener la violencia en su país, supone perder el propósito del poder de la oración. Es justamente esta forma de pensar la que ha permitido las atrocidades de la guerra -respondí-. Aunque podamos engañamos pensando que cobrándonos una vida se ha resuelto el problema inmediato, en algún lugar, en otra parte del mundo, veremos las consecuencias de nuestras acciones, posiblemente de formas que jamás podríamos esperar. La oración trasciende la imposición de nuestra voluntad sobre los demás. Mediante el empleo de nuestra ciencia del sentimiento para atraer nuevas posibilidades a una situación existente, la oración representa nuestra oportunidad de convertirnos en algo más que en esos ciclos.

Aunque creo que su pregunta representa un punto de vista extremista, al mismo tiempo esta persona era un ejemplo de hasta qué punto está enraizado el pensamiento bélico en nuestra cultura. ¿Por qué nos sorprendemos de las matanzas en nuestros hogares, trabajos y escuelas cuando estamos de acuerdo con esa misma forma de pensar a mayor escala en nombre de la paz?

Tanto si vemos nuestro mundo desde la perspectiva de las antiguas tradiciones como de la física cuántica, se nos invita a que cambiemos por completo nuestra forma de pensar respecto al modo en que hemos enfocado los conflictos en el pasado. Ambos paradigmas, la ciencia y la filosofía antigua, nos recuerdan que no pueden existir el «nosotros» y el «ellos». Sólo hay «nosotros», y sin embargo, hemos desarrollado las condiciones en las que es eficaz imponer nuestra voluntad e ideas de cambio en la vida de los demás. Si echamos una mirada a los conflictos mundiales de los últimos años, nos daremos cuenta de que, aunque estas soluciones parecían haber funcionado en el pasado, probablemente nos han conducido a una época en que tengamos que reconocer nuevas opciones en lugar de soluciones duraderas.

Cuando elegimos honrar la vida en cada una de nuestras acciones cotidianas, somos testigos del poder de nuestras elecciones para acabar con la guerra y dejar obsoleta la agresividad. Con frecuencia se ha hecho referencia a la oración como a una acción pasiva. La oración se ha visto como algo secundario a «estar haciendo algo». Desde la perspectiva de las antiguas tradiciones que ahora cuentan con el apoyo de las investigaciones modernas, nuestra capacidad para contactar con las fuerzas del cosmos, para elegir nuestro camino por el tiempo y determinar el curso de nuestra futura historia, puede que sea la fuerza más sofisticada y poderosa con la que esté bendecido nuestro mundo.

La oración es una fuerza de la creación concreta, directiva y mensurable. La oración es real. ¡Orar es hacer algo! ¿Qué más podemos hacer? Las soluciones del pasado nos están fallando en el presente. La oración es el acto de volver a definir los fundamentos del odio, la violencia étnica y la guerra. La acción simplemente tiene lugar de un modo muy distinto a la idea de «hacer» que teníamos en el pasado. ¿Es posible que sea tan fácil?

¿Es posible que para reflejar la paz de nuestros corazones en la realidad de nuestro mundo, sencillamente se nos esté pidiendo que elijamos esa realidad sintiendo que el resultado ya se ha producido? A los ojos del mundo, los recientes acontecimientos parecen damos la razón.

A las puertas del siglo XXI, estamos en el umbral de una época en que la supervivencia de nuestra especie puede depender de nuestra capacidad para combinar nuestras ciencias internas y externas. Mientras volvemos a definir nuestras afiliaciones políticas, alianzas militares y las fronteras de las naciones, el poder de la oración masiva no debe menospreciarse. Las implicaciones de aplicar nuestra tecnología de la oración a escala global quizá sean de inmensas e inconmensurables proporciones. ¡Nuestra vida supone un momento muy especial en que, quizá por primera vez en la historia, podemos determinar el resultado del momento! Los esenios, al trascender la ciencia, la religión y las tradiciones místicas, nos dan a entender que es en este momento de la historia, mediante la utilización de nuestra ciencia perdida de la oración, cuando la sanación llegará a todos los seres, los encarnados y los desencarnados, y que la paz prevalecerá en todos los mundos. Durante nuestra generación, los habitantes de la Tierra conocerán todos los secretos de los «ángeles del cielo».

Sin juzgar los acontecimientos cotidianos como buenos o malos, correctos o incorrectos, nos dicen que adoptemos una nueva visión, una opción superior en respuesta al horror de tales acontecimientos. Si los principios de la oración y la paz son válidos, entonces el dolor de los habitantes de África, de los Balcanes, de Oriente Próximo y de cualquier otro lugar donde sufran los seres humanos es también nuestro padecimiento. Los antiguos secretos de la sanación nos recuerdan que todos somos uno. Cuando aliviamos el sufrimiento de los demás, también aliviamos el nuestro. Cuando amamos a los demás, nos amamos a nosotros mismos. Cada hombre, mujer, niño y niña de este mundo tiene el poder de crear una nueva posibilidad, de cambiar la forma de pensar que permite el sufrimiento.

Nuestros antepasados nos prepararon para este momento. Tenemos la oportunidad de elegir un nuevo camino ante los retos que parecen ir en aumento diariamente. Se nos insta a pensar y a actuar en nuestro mundo como lo hacen aquellos que están en los cielos. Al hacerlo, despertamos una tecnología olvidada del sueño de nuestra memoria colectiva y, por fin, traeremos las cualidades del cielo a la tierra.

Los eruditos de Qumrán, con las palabras propias de su tiempo, registraron las enseñanzas de sus grandes maestros conservadas para momentos como este, donde el ánimo de nuestros ancestros nos da la fuerza para vivir y amar en este mundo, un día más. Se nos recuerda que «elevar nuestros ojos al cielo, cuando los de los demás miran al suelo, no es fácil. Adorar los pies de los ángeles cuando los demás veneran la fama y el dinero no es fácil. Pero quizá lo más difícil de todo sea pensar los pensamientos de los ángeles, hablar las palabras de los ángeles, y actuar como lo hacen los ángeles».

FINALES
La historia captó mi atención momentos antes de que empezara la primera noche de un seminario que duraría tres días. Durante la mayor parte de la tarde había estado pensando cómo comenzar el programa de ese día. Aunque tenía bastante claro lo que iba a hacer tras la inauguración, justamente era la introducción lo que todavía suponía un misterio. En esos momentos de incertidumbre, cuando parece que las soluciones razonables sólo son tenues destellos de posibilidades distantes, he descubierto que generalmente falta una pieza en el rompecabezas, algo en lo que todavía no he caído. Mi confianza en ese sentimiento y la certeza de que siempre han de suceder más cosas, con frecuencia toman los angustiosos momentos de pánico en una extraña calma. Entré en el comedor de nuestra casa y abrí un gran sobre que me había llegado por la mañana. Contenía varios relatos de triunfos humanos, uno de los cuales me emocionó tanto que me encontré secándome las lágrimas de la cara antes de haber terminado de leer la historia. Más tarde, ese mismo día, la compartí en directo ante una audiencia de varios cientos de personas. Esta tuvo el mismo efecto en ellas. El relato que me había llegado ese día describía un incidente que tuvo lugar en los Juegos Olímpicos Especiales de 1998.

Los Juegos Olímpicos Especiales se organizaron para brindar una oportunidad a niños y adultos de disfrutar juntos de una competición amistosa. Lo que distingue a estos juegos es que cada persona compite con el hándicap (una ventaja inicial variable a diversos participantes para equilibrar la oportunidad de ganar a todos), de las condiciones mentales o físicas que les impiden participar en los Juegos Olímpicos internacionales que acaparan la atención del mundo cada cuatro años. Este artículo era la historia de nueve niños que se hicieron amigos durante su estancia en el campus olímpico de 1998.

Una mañana coincidió que todos competían juntos en la misma pista y en la misma prueba. Al sonido del disparo inicial, se lanzaron a alcanzar la meta que se encontraba en el otro extremo de la pista. Fue un niño que padecía el síndrome de Down el que hizo que este relato fuera tan especial. Mientras los otros competidores avanzaban por la pista utilizando todos sus medios para llegar a la meta, este niño redujo la marcha y miró hacia la línea de salida. Vio que uno de sus compañeros se había caído al principio de la carrera y estaba intentando levantarse.

El niño del síndrome de Down se detuvo de pronto, se dio la vuelta y se dirigió hacia su amigo. Uno a uno, todos los competidores al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, dieron la vuelta y le siguieron, hasta llegar de nuevo al punto de partida, levantaron a su amigo, se cogieron todos de los brazos y juntos recorrieron la pista hasta llegar a la meta.

En ese momento, esos nueve niños cambiaron las normas de la competición. Con el cronómetro todavía marcando, trascendieron los límites del tiempo y del deporte para crear una experiencia en la que cada uno terminó a su manera, pero todos a la vez. Para ellos no tenía sentido llegar a la meta sin los demás.

Esta historia es importante por dos razones. Cada vez que la comparto, la imagen de los niños abrazados para llegar a la meta evoca una fuerte emoción, que lejos de provocar tristeza o frustración, las personas suelen describir como una emoción de esperanza. Esa emoción abre la puerta a nuevas situaciones en nuestras vidas. Además, esta historia supone un bellísimo ejemplo de cómo un grupo de jóvenes, con la inocencia de su amor mutuo, cambiaron el curso de su experiencia, al aplicar una nueva regla a una situación establecida. A su manera, los niños de los Juegos Olímpicos Especiales nos recuerdan las grandes posibilidades que se nos brindan en nuestra vida a medida que nos adentramos en un peculiar momento de la historia.

Hemos visto que es posible redefinir los parámetros de las profecías para nuestro futuro. Las pruebas nos recuerdan que nosotros intercedemos en nuestro propio nombre, cada vez que respondemos a los retos de nuestra vida diaria. Quizá la mejor forma de demostramos tales posibilidades sea indagar en la naturaleza de la compasión, del tiempo, del perdón y de la oración con la sabiduría y visión de nuestros antepasados. Con el lenguaje de su tiempo, ellos nos recuerdan que en realidad somos uno y, que por encima de cualquier otra razón, hemos venido a este mundo para amar.

 Ver capítulos anteriores del Taller de Autoestima
Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 200 Volumén 2:Todos somos uno