El miedo en "Las Leyes Espirituales"

El miedo en "Las Leyes Espirituales"


¿Cómo se vence el narcisismo? 

Cuando uno toma conciencia de que no es su cuerpo y que por tanto no debe tomarse tantas molestias por él. Que para ser uno feliz se debe dedicar a cultivarse a sí mismo, su interior. Muchos espíritus que han caído en la trampa de la belleza física lo saben. Por ello eligen cuerpos menos agraciados para las próximas encarnaciones, porque no quieren desperdiciar más vidas dedicadas a la autocontemplación de su cuerpo, sino que quieren vencer sus defectos, mejorarse como personas. Y si el tener un bello cuerpo les va a resultar motivo de tentación, prefieren no tenerlo, de momento. 

¿Y un orgulloso no puede caer en “el culto al cuerpo”, es decir, no puede sentirse insatisfecho con su cuerpo y desear ardientemente ser bello para resultar atractivo? 
Por supuesto, pero por motivos diferentes al vanidoso. El orgulloso va buscando más ser querido que ser el centro de admiración. Y erróneamente cree que siendo más bello será más querido. Si se trata de un orgulloso guapo, el chasco vendrá cuando descubra que las personas que están a su alrededor no están con él porque lo quieren, sino porque están enganchadas a su físico, o a algún otro atractivo que posee, y que cuando se aburran o encuentren alguna persona con un atractivo mayor, no dudarán en abandonarle. 

¿Y por qué nos identificamos tanto con nuestro cuerpo y tan poco con nuestro espíritu si en realidad somos lo segundo y no lo primero? 
Porque es lo que en vuestro mundo se enseña: que el espíritu no existe y que uno es su cuerpo. Y es que en vuestro mundo hedonista las cualidades que se aprecian son las de la materia (la belleza física, la riqueza, el poder) y se desprecian las cualidades del interior (la sensibilidad, la bondad, la humildad, la modestia). En el mundo espiritual ocurre exactamente lo contrario: se aprecian todas las cualidades espirituales, y la humildad es una de las más valoradas, mientras que las externas, al no ser cualidades del espíritu, no tienen ningún valor. Se las considera accesorios circunstanciales, ya que varían de unas vidas a otras, como cambia el vestuario del actor, cuando cambia de obra de teatro. Uno puede ser guapo en una vida y feo en la siguiente, rico en una vida y pobre en la siguiente. 

El espíritu, cuando está desencarnado, tiene muy claras las diferencias, y sabe que viene a mejorarse espiritualmente. Pero al encarnar, la asociación con el cuerpo y el olvido del pasado espiritual, así como la influencia de la cultura en la que encarna, hacen que el espíritu de voluntad débil en sus propósitos de mejora espiritual acabe por identificarse completamente con su cuerpo, y que su mente rechace las manifestaciones espirituales, tanto las vividas en primera persona como las de otras personas. 

¿A qué te refieres con manifestaciones espirituales? 
Todas aquellas que demuestran la existencia del espíritu y sus facultades, como el contacto con seres desencarnados, los viajes astrales, la intuición de los sentimientos propios y de los demás, la percepción extrasensorial, etc. A mucha gente que ha tenido este tipo de vivencias se la considera desequilibrada mental. Y a no ser que se trate de un espíritu bastante avanzado, que confíe mucho en su propia intuición espiritual, puede llegar a convencerse de que está loco y que necesita tratamiento psiquiátrico. 

El miedo 
El miedo es un sentimiento de inquietud, turbación y desasosiego, provocado por la percepción de un peligro, una amenaza que puede ser real o ficticia, contra uno mismo o contra alguien querido. La persona afectada por el miedo se siente muy insegura de sí misma, indefensa, y duda de cada decisión importante que toma porque espera una consecuencia negativa de ella, algún daño emocional o físico. Además ocurre que el miedo alimenta al miedo. Quiere esto decir, que el miedo hiperexcita la mente para que, a partir de situaciones reales, cree situaciones imaginarias en las que aparezca una amenaza que sólo existe en la imaginación, pero que la persona acaba creyendo que es real, incrementándose así su temor, ya no sólo por amenazas reales, sino también por amenazas imaginarias. El miedo también genera preocupación, porque uno intenta anticiparse mentalmente a todas las situaciones amenazantes, buscando la manera de salir indemne en cada una de ellas. El terror y el pánico son percepciones de miedo intenso y agudo, altamente traumatizante. 

El miedo es uno de los sentimientos más perniciosos para el avance del espíritu, porque impide que se manifieste tal y conforme es. Incluso tratándose de un espíritu bienintencionado y con voluntad de avanzar, si no supera los miedos puede quedarse estancado en su evolución durante bastante tiempo. 

Pero, entiendo que no todos los miedos son iguales. 
No, claro. Pero, en general, los miedos hacen que el espíritu se reprima, se inhiba de actuar conforme siente, incluso reprima totalmente sus sentimientos, ahogándolos. Por ello se estanca. 

Pero, ¿miedo a qué, exactamente? 
El miedo más común es el miedo a la reacción negativa de los demás contra uno mismo. Variantes de miedos que entrarían dentro de esta definición serían el miedo a no ser querido, a no ser comprendido, a ser rechazado, a ser despreciado, miedo a la agresividad (violencia física o psíquica), miedo a la soledad. Como digo, el temor a la reacción negativa de los demás contra uno mismo alimenta a su vez el miedo a manifestarse uno tal y conforme es. La persona que se deja llevar por este miedo acaba por amoldarse a una forma de ser que no es la suya, sino que es la que los demás quieren que sea. 

Los demás pueden ser personas cercanas, queridas por la persona o al menos personas de las que el espíritu espera cariño, generalmente de la familia (madres, padres, hermanos, pareja, etc), pero también se puede extender en general a cualquier relación humana. Este miedo es muy frecuente que provenga de la infancia, cuando el niño ha sido objeto de maltratos y/o abusos físicos y/o psicológicos, dentro o fuera de la familia. 

Otros miedos que no entrarían en la definición anterior serían el miedo a lo desconocido, el miedo a la muerte, y el miedo al sufrimiento (físico o psíquico). El miedo a lo desconocido genera inseguridad porque en lo desconocido uno siempre imagina grandes amenazas y peligros. El miedo a la muerte es en realidad un miedo a lo desconocido, miedo a lo desconocido que pueda venir después de la muerte o a que lo que venga después de la muerte sea lo peor, la nada. 

Hay todavía un miedo más, el gran miedo del ser humano, que merece una mención especial, y del cual derivan el resto de miedos, y es el miedo a conocerse a uno mismo, el miedo a descubrir cómo somos realmente, con nuestros defectos y nuestras virtudes. 

Tenemos miedo a descubrir nuestros defectos. Creemos erróneamente que si tomamos conciencia de nuestros defectos sufriremos más, porque tenemos grandes problemas en admitir el egoísmo propio, y la mayoría de nuestros males provienen de ese egoísmo. Tomar conciencia hace sufrir a nuestro “amor propio”, que no deja de ser una manifestación de egoísmo, pero no al yo espiritual, que está deseando desprenderse del egoísmo para ser feliz. Y para desprenderse del egoísmo hay que tomar conciencia, primero, de que lo tenemos y segundo, de cómo se manifiesta. No hay que tener miedo de admitirlo, porque todos lo tenemos y estamos en un punto u otro de ese camino de desprendimiento del egoísmo. Pero si, por miedo a conocernos, camuflamos nuestro egoísmo durante mucho tiempo, nos estancaremos y sufriremos mucho más. 

También tenemos miedo a descubrir nuestras virtudes o manifestaciones del amor, como el sentimiento, la sensibilidad, la humildad, la ternura, la compasión y el altruismo porque tenemos miedo de sufrir, de que nos hagan daño, de que se aprovechen de nosotros, si las ponemos en práctica. De ahí procede el miedo a la reacción negativa de los demás contra uno mismo. Pero si vencemos ese temor y, a pesar de todo, luchamos por ser nosotros mismos, por despertar nuestro yo amoroso, la felicidad del interior será tan fuerte que podrá con todos los sufrimientos y todos los ataques que podamos recibir del exterior. El miedo a la muerte también deriva del miedo a conocerse uno mismo. Se tiene miedo a la muerte porque se cree que es el final, la aniquilación de nuestro yo, de nuestra conciencia. Si uno pierde el miedo a profundizar en sí mismo, podrá oír la voz del espíritu que le grita desde muy adentro: “¡La muerte no existe! ¡Eres inmortal!” Entonces el miedo a dejar de existir, el miedo a la muerte, desaparecerá.


Continuará... 
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Título: Las Leyes Espirituales  
Autor: Vicent Guillem 
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